¿Bachelet versus Matthei?

Compartimos columna de Carlos Peña en El Mercurio, en la cual muestra preocupación por el intento de despolitización de estas elecciones a través de la reiteración de las similitudes de las candidatas Michelle Bachelet y Evelyn Matthei,  y postergación del debate programático y la discusión de ideas que representa cada una, reduciendo finalmente las candidaturas presidenciales a un asunto de personalidades.

Como observatorio también hemos compartido esta preocupación. El estado del debate que se impuso en Chile este último tiempo, tanto por la irrupción de los movimientos sociales como  la reivindicación de demandas históricas, se ha ido disipando ante esta figura eleccionaria de dos mujeres de pasados similares que se enfrentan. Esto último no sólo frena  la discusión de temas de fondo sino que además es profundamente anti democrático pues invisibilidad al resto de los candidatos que también postulan para presidente en estas elecciones. Observamos que esto ha ocurrido con complicidad de los medios de comunicación quienes se han prestado a esta estrategia comunicacional y no han retomado el estado de la discusión anterior a la crisis política de la Alianza por Chile.

¿Bachelet versus Matthei? 

Carlos Peña, el Mercurio, 4 de agosto 2013

La lucha política se juega en múltiples planos: en los programas que se promueven, en los intereses que se defienden, en los diagnósticos acerca de la realidad que se formulan.

Pero hay todavía un plano que suele pasar inadvertido y que urge tener en cuenta: la política también se juega en la forma de definirla o de concebirla. En otras palabras, definir la competencia política —decir en qué consiste y entre qué o quiénes se plantea— es también un arma de la política.

Esa arma está siendo usada hoy por la derecha al presentar la competencia entre Michelle Bachelet y Evelyn Matthei, como si ella fuera de una mujer contra otra mujer, un enfrentamiento entre dos personas cuyo pasado se entrelaza.

Esa perspectiva tiende a despolitizar la próxima elección. Y, por lo mismo, a favorecer a la derecha que la promueve.

No es difícil mostrar por qué y cómo.

Hasta hace poco abundaban —con toda razón— las quejas sobre la naturalización de la economía que había logrado imponer la derecha: la idea de que los procesos económicos funcionan como las leyes de la naturaleza, eventos que escapan a la voluntad común.

Una vez que esa perspectiva se trizó, surge otra: la política principia a ser reducida a una lucha de personalidades, a una variante de la interacción humana individual. Primero la reducción de la economía a las leyes de la naturaleza; ahora la reducción de la política a la psicología de la personalidad. En otras palabras, la naturalización de la economía es seguida por la despolitización de la política.

En ambos casos se alcanza el mismo resultado: el conflicto social que subyace a la política resulta silenciado, tachado, disminuido. Y la política entendida como un conflicto de proyectos históricos, en la que participan sujetos colectivos con intereses comunes, que es la tradicional perspectiva de la izquierda, arriesga el peligro de brillar por su ausencia.

Hay, pues, que restablecer el sentido del conflicto político.

Bachelet y Matthei se enfrentan no como consecuencia de su subjetividad o de su género, o como un fruto de sus historias individuales, sino como resultado de los proyectos que representan: una, Bachelet, un intento de modificar lo más radicalmente posible la modernización capitalista; el otro, Matthei, el postrero esfuerzo por sostener ese mismo proyecto. Una, Bachelet, el intento por modificar las líneas de la modernización que Chile comenzó a trazar en los ochenta, durante la dictadura; otra, Matthei, el esfuerzo por subrayar esas mismas líneas y evitar que se borroneen o siquiera se hagan más tenues. Una, Bachelet, está alineada con las demandas que ha manifestado el movimiento social; otra, Matthei, abraza lo contrario a esas demandas.

No son ellas quienes están enfrentadas: son los intereses que ellas representan, los sujetos colectivos que en torno suyo se constituyen, los que están en pugna.

La política está relacionada, por supuesto, con la subjetividad. Ahí está, para probarlo, la abundante literatura sobre la personalidad del político, los rasgos que lo configuran y lo hacen distinto al común de los mortales, la voluntad que lo caracteriza, el sentido de misión que anima sus actos.

Pero —no hay que olvidarlo— la política no se agota en la personalidad del político.

Sin embargo —se dirá—, ¿no habrá en todo lo anterior una exageración? ¿Acaso no es mejor la vida colectiva si se atempera el conflicto entre grupos y se le sustituye por el conflicto o la lucha entre personalidades? ¿No es mejor si en vez de atizar el conflicto de proyectos y de grupos en la próxima elección presidencial, se le atempera desplazándolo hacia la personalidad de las candidatas?

No, en absoluto.

Cuando se reduce la política (o se intenta reducirla) a la lucha de personalidades, se comete un gigantesco error intelectual y se repite, por enésima vez, el paradigma neoliberal: la vida política reducida a los intereses de cada uno, al mero encuentro de cuestiones personales, a las pulsiones subjetivas.

Y la vida política no es eso.

En la política no hay solo individuos que compiten, simples atletas del poder consumidos por una vocación personal: hay proyectos colectivos y una pugna por definir los aspectos fundamentales de la vida común, las posiciones de poder que las clases y los grupos alcanzarán en el escenario social.

Ver columna desde El Mercurio