Barack Obama: Una campaña del siglo XXI

Por Álvaro Cuadra / Arena Pública Arcis / Para el Observatorio de Medios / Las campañas políticas en cualquier lugar del mundo han representado una oportunidad inestimable para el avance de los estudios comunicacionales. La actual carrera presidencial 2008 en los Estados Unidos no es la excepción. De hecho, según nuestra hipótesis, la actual campaña electoral en Norteamérica  es la primera campaña en tiempos de la hiperindustria cultural. Nos proponemos, entonces, develar hasta donde nos sea posible, los contornos de este fenómeno inédito en el ámbito de la política y las comunicaciones.

 Presentación

Hemos reunido, a modo de un dossier, una serie de artículos sobre la irrupción de un personaje destinado a protagonizar la política mundial los próximos años: Barack Obama, presidente electo de los Estados Unidos de América.  Estos textos fuero elaborados entre febrero y diciembre de este año como parte del trabajo de investigación del Magíster en Comunicación Política y Políticas Públicas de la Escuela Latinoamericana de Postgrados (ELAP), como parte del trabajo de la Plataforma de Opinión. Arena Pública Universidad de Arte y Ciencias Sociales (ARCIS).

 Cada uno de los artículos compilados va siguiendo el desarrollo de una campaña política que inaugura lo que hemos llamado la primera campaña electoral «Podcast», en oposición a la tradicional modalidad «Broadcast». Desde este punto de vista, estamos ante un fenómeno inédito y del mayor interés teórico y práctico para la Comunicación Política.

Si bien los textos que ofrecemos constituyen escritos de circunstancia, de un claro talante periodístico y no exentos de la pasión propia que supone la opinión de su autor, no es menos cierto que hay en ellos una serie criterios pertinentes en cualquier análisis sobre el tema.

 No podría terminar estas línea sin expresar mis agradecimientos por el constante apoyo a esta empresa del Director del Programa de Magister en Comunicación Política y Políticas Públicas, señor Mauricio Weibel y al Director de la Escuela Latinoamericana de Postgrados, señor Pablo Monje R.

 1.- Una campaña Podcast

 Introducción

 Tal como se ha escrito,  Estados Unidos constituye, al mismo tiempo, una democracia y un imperio. Este ha sido el país donde cristalizó la «modernidad» nacida en Europa: el modelo antropológico, cultural, tecnoeconómico y social que hoy se replica en buena parte del orbe. En cuanto democracia, esta nación se ha visto muchas veces convulsionada por demandas populares, como el movimiento pacifista de los sesenta o la lucha por los derechos civiles de las minorías; en cuanto imperio, ha protagonizado los momentos más bochornosos de la humanidad en su propia tierra como en Dallas y alrededor del mundo como en Viet Nam o Chile.

Cada cierto tiempo, pareciera que los pueblos se hastían del frío «cinismo» que caracteriza a los agentes de la «política performativa». El candidato afroamericano Barack Obama, en este sentido, irrumpe en la política norteamericana con un mensaje cálido y, en apariencia, ingenuo, sin embargo, imprescindible: el mensaje de la «esperanza» y del «sentido». El mismo que en su momento trasmitieron a su pueblo hombres como Abraham Lincoln, Franklin D. Roosevelt y John F. Kennedy.

 Aunque sobran las razones para mirar con escepticismo este «cambio» en la sociedad estadounidense, no se puede negar la tremenda valentía del candidato. No podemos olvidar que en la capital del imperio se juegan, finalmente, intereses económicos monstruosos de alcance mundial cuya expresión última es el poderío militar encarnado no sólo en las elites castrenses sino en las oscuras, y a ratos siniestras, redes de la «seguridad nacional».

 En contraste con el perfil basto y agresivo del actual mandatario, el candidato señor Obama ofrece el ideario político y el sentido que fundó su nación, un gobierno que se ocupe del bienestar del pueblo y que conviva en forma pacífica y civilizada con el resto de las naciones. Si el señor Obama logra llegar a la Casa Blanca, se inaugura la posibilidad incierta de que «algo» cambie en la política norteamericana y eso, no es poca cosa

Para sorpresa de muchos, el senador por Illinois Barack Obama ha encabezado una avasalladora campaña presidencial que resulta ejemplar de lo que será, en los años venideros, el quehacer político electoral. Una campaña, por cierto, que tiene la más alta probabilidad de alcanzar su propósito: instalar al primer afroamericano en la Casa Blanca.

Los equipos asesores de la así llamada «clase política», en el mundo entero, harían muy bien en  observar con mucha atención las estrategias comunicacionales que se han puesto en juego para crear este fenómeno socio-comunicacional: la «Obamanía». Examinemos, aunque sea muy sucintamente, algunos elementos clave de la primera campaña presidencial en tiempos de la hiperindustria cultural.

1.1.- Una visión: Mensaje y  Personaje

Lo primero que llama la atención en el vertiginoso ascenso del candidato Obama, es la naturaleza de su mensaje. Se trata de un discurso que apela en primer lugar a cuestiones de fondo. No estamos ante un candidato más que viene a reducir tal  o cual impuesto o a enmendar parcialmente alguna ley, se trata nada menos que de «cambiar la política» ejecutada hasta aquí. La proposición es radical, pues instala al candidato en oposición al desacreditado «establishment» de Washington, así cual David, nuestro héroe candidato pretende enfrentar a Goliat. Lo hace con las únicas armas que posee, el apoyo de su pueblo. Esta invitación al pueblo norteamericano hacia la aventura del «cambio» logra instalar en el imaginario social, colonizado por el consumismo y los medios, dos nociones centrales: «esperanza» y «sentido». Notemos que la «esperanza» y el «sentido», son valores positivos que se oponen como es obvio al desencanto hipermoderno y al sinsentido que prevalece en culturas hedonistas. Sin embargo, su eficacia política radica en que dichos conceptos entran en colisión con la estrategia política de la actual administración en Washington, que ha basado su discurso en el «miedo» frente a la amenaza externa.

Hay un hecho no menor que, sin embargo, suele pasarse por alto. Cuando Barack Obama apela a dos grandes valores de raigambre religiosa, delimita un nuevo horizonte en el imaginario social norteamericano. Por decirlo así, actualiza el «mito» fundacional de los Estados Unidos, con toda la carga afectiva que ello implica. Cuando un político logra articular la dimensión «mitopoyética» de su pueblo acrecienta su papel como «estadista». Lo propio del «estadista» es cristalizar una «visión», un sentido profundo, de su  lugar en la historia.

El mensaje del candidato Obama, es cierto, se ocupa de asuntos tan concretos como el sistema de salud de sus conciudadanos o la presencia militar en Irak, pero nada de ello sería muy efectivo si no encontrase un lugar trascendental en el gran relato, en el sentido último de toda la gesta. Los mensajes de Obama no podrían sino apelar a la «unidad» atemporal que supone la mitología norteamericana, unidad que trasciende el racismo, la diferencia de estratos sociales o de género. Esto se traduce en que Obama es un candidato cuya empatía le gana adeptos entre blancos, negros, asiáticos y latinos. Al igual que un predicador evangélico, el discurso del valiente senador habla desde lo trascendente para ocuparse de lo cotidiano. En cada estado de la Unión Americana, en cada condado, en cada pueblo, se conjuga lo trascendente con lo prosaico, de suerte que todos pueden sentirse concernidos.

Barack Obama, el personaje, posee una serie de atributos nada desdeñables. Se trata de alguien muy culto, profesor universitario, de voz grave y ademanes austeros, no exento de simpatía personal. Un hombre locuaz y seductor en el mejor sentido del término. Comparte con J.F. Kennedy y Martín L. King cierta «aura» carismática que alcanza su cúlmen en las presentaciones personales en actos masivos. El candidato maneja a la perfección las técnicas de locución, su lenguaje es claro y sencillo, con frases simples aunque contundentes. Casi todas sus presentaciones son verdaderos «espectáculos» tapizados de ingenio, humor y mucha emoción. Cualquiera de sus discursos públicos es fácilmente convertido en un «vídeo clip». En pocas palabras, Barack Obama es un personaje telegénico capaz de seducir a su audiencia, provocando una sensación de proximidad psíquica y social.

 Si bien su condición de afroamericano, y el hecho de llamarse Barack Hussein, podrían haberle jugado en contra, no ha ocurrido así. Por el contrario, en un mundo hipermoderno en que el «ethos» de la tolerancia se ha instalado bajo el concepto de la «multiculturalidad» en las sociedades de consumo desarrolladas, lo que era hace décadas una desventaja bien pudiera tener en la actualidad el efecto contrario.

 Nótese que en el contexto de una pugna al interior de su partido, Barack Obama no puede capitalizar su condición de senador «Demócrata» en contraste con su contendor «Republicano»; por esto, el proceso comunicacional de construcción de Obama ha seguido el mismo camino que el de las estrellas del espectáculo, esto es, se privilegia al personaje sobre cualquier otro nexo.

Por último, es digno de tenerse en cuenta que todo el discurso de Barack Obama esta teñido por un talante «ético» que rememora los tiempos ya lejanos del puritanismo protestante.  Su fuerza radica en la percepción generalizada de que en la capital del país se vive un estado de corrupción y de degradación, donde los negocios y el dinero están por sobre las verdaderas necesidades del pueblo. Obama es la «vox populi» en cuanto denuncia el actual estado de cosas y promete un «cambio» ético en las prioridades de la Casa Blanca. He ahí su «esperanza», su «sentido» profundo, pero también su inmensa fuerza.

.2.- Hiperindustria cultural: Imágenes y redes sociales

Barack Obama es una construcción socio-comunicacional en los tiempos de la hiperindustria cultural. Su «video clip» puesto en «Youtube» ha tenido mas de cuatro millones de visitas en poco más de un mes. Muchas de sus conferencias y  presentaciones en público se encuentran grabadas con subtítulos en español en dicho sitio de Internet. Su campaña utiliza profusamente los medios que ofrece la red.

No obstante, sólo una suprema ingenuidad nos podría llevar a la conclusión de que el uso de estas nuevas tecnologías explica el fenómeno de la «Obamanía». Las tecnologías actúan más como «catalizadores» que como «agentes». Esto quiere decir que lo fundamental no son las «redes informáticas» en sí mismas sino las «redes sociales» construidas gracias a ellas y catalizadas por éstas. Quiere decir, además, que es un error considerar los dispositivos tecnológicos como una singularidad, pues en definitiva los sitios de Internet sólo recogen fragmentos de flujos televisivos o la voz de alguna emisión radial o las fotografías digitales de la gran prensa. En suma, la construcción socio – comunicacional es, al mismo tiempo, un tejido social y una configuración mediática.

 Insistamos, el éxito de Obama no está en los sitios de la Web y ni siquiera en los videos de Youtube sino en las redes sociales creadas a propósito de dichos dispositivos tecnológicos. Las nuevas tecnologías catalizan fenómenos sociales en ciernes que de otro modo se hubiesen visto frustrados como demanda local. Barack Obama habla del «pueblo» (people) y de los trabajadores (workers), esto es, habla en el registro del reformista radical, pero lo hace revestido por el «glamour» de las estrellas mediáticas.

 El movimiento social de voluntarios está constituido por comunidades transversales en diversas partes del país, es decir, se trata de agrupaciones voluntarias que trascienden cualquier criterio étnico, etario o socioeconómico. Obama llama a sus filas a «una nación» para que reencuentre su «sentido», su «esperanza». Es interesante destacar que el fenómeno Obama pone en el tapete la cuestión de la «esperanza» y el «sentido», esto no nos parece, en absoluto casual. Todos los estudios sobre las sociedades postindustriales o postmodernas apuntan a un desfondamiento del sentido, a una falta de esperanza. Pues bien, el gesto de Obama no es otro que reconocer en tales cuestiones el problema político axial de las sociedades desarrolladas contemporáneas.

Desde un punto de vista cultural y comunicacional, lo inédito de la campaña de Obama radica en el hecho de que por vez primera el reclamo contestatario, en el contexto de una sociedad de consumo altamente mediatizada, se hace desde los «códigos de equivalencia» del mercado imperante, es decir, desde los lenguajes audiovisuales anclados en la codificación digital. No estamos ante una tradicional «campaña «broadcast» con su retahíla de «spots» y «franjas políticas» sostenidas por partidos institucionalmente reconocidos sino que asistimos a la primera «campaña podcast» sostenida en redes ciudadanas, en principio libres y aleatorias.

Las nuevas tecnologías sirven de plataformas, flexibles y personalizadas, para formas nuevas de ejercer la ciudadanía. Se trata de una mutación antropológico política de primera importancia, no exenta de riesgos. Así, junto a numerosas páginas que celebran al candidato surgen los detractores que acusan al postulante a la Casa Blanca de «Anticristo», «musulmán», «falso profeta», entre muchas otras. Los videos de la red constituyen un rico «corpus» de Clips y Anticlips que incluyen chistes y obscenidades de diverso calibre. Nada de todo esto desautoriza, empero, la idea de que estamos ante la inauguración de una «campaña podcast».

Desde una perspectiva política, Barack Obama se enmarca dentro de los discursos reformistas como ha habido muchos en Estados Unidos. Pero muy pocos de entre ellos han cautivado a los electores de la manera en que lo ha hecho Obama y, ninguno anterior a él ha tenido posibilidades ciertas de llegar a ser presidente del país más poderoso de la tierra.

1.3. – Las lecciones de Barack Obama

Se puede afirmar que Barack Obama es el hombre adecuado en el momento adecuado. Sin embargo, esta frase de sentido común no alcanza a explicar mucho sobre lo «adecuado» del hombre y del momento histórico. Es claro que Norteamérica se encuentra en un tiempo determinado por el trauma que significó el 11/9. Por vez primera, millones de estadounidenses supieron que su nación era vulnerable a ataques terroristas.

Esto le ha dado a la cultura cotidiana en los Estados Unidos un matiz «paranoide» que se traduce en crecientes, y a ratos impopulares, medidas policiales y en un clima de miedo generalizado instilado a diario por los medios de comunicación. Así, cada navidad, junto al rostro barbudo de Santa Claus, reaparece el rostro espectral de Osama Bin Laden con algún nuevo mensaje al pueblo norteamericano o a su gobierno. Esta relación de «doble vínculo» con la realidad social que bascula entre la ensoñación opulenta de una sociedad de consumo desarrollada y el Armagedón del terrorismo nuclear, biológico o convencional conduce ineluctablemente al agotamiento. Un pueblo que ha sido sometido a un tratamiento mediático tan duro se convierte en poco tiempo en un pueblo sin ilusiones.

Barack Obama es el único candidato que restituye el protagonismo a la «esperanza», esto es a un posible «sentido histórico». Ante un pueblo desencantado, Obama ofrece la posibilidad de redimir a Norteamérica de los excesos neoconservadores que han aumentado la pobreza y disminuido los beneficios entre los más desposeídos. Ante un pueblo sumido en una guerra dolorosa en vidas, costosa, lejana y difícil de justificar, Obama ofrece caminos hacia la paz. En este estricto sentido, el discurso de Obama se ha instalado punto por punto en las antípodas del discurso oficial, capitalizando un abierto descontento hacia la actual administración. Barack Obama ha construido un «verosímil» desde el reformismo radical, aquel, precisamente, que cuestiona los fundamentos mismos de la política en Washington. En los sectores populares la ecuación simple no podría ser más clara: «Bush es la enfermedad, Obama es la cura»

Podríamos aventurar que la campaña de Barack Obama deja varias lecciones. La primera es que la naturaleza de los lazos sociales ya no responde a las claves sociológicas tradicionales, territorio, clase social, raza o edad. Las nuevas tecnologías están reconfigurando la naturaleza, alcance y modalidad de las identidades y lazos sociales. Segundo, la participación ciudadana puede y debe ser repensada ya no desde la territorialidad de las comunidades o vecindarios sino desde el espacio virtual de las redes. Tercero, los discursos político institucionales han sido erosionados por el descrédito de sus agentes, de allí la poca eficacia de los dispositvos oficiales, verticales y jerárquicos (broadcast). Por el contrario, parece imponerse una modalidad horizontal, flexible, de libre creación aunque no espontánea como parece (podcast). Cuarto, los discursos disciplinarios de corte policial funcionan puntualmente  ante estímulos concretos (un atentado, un magnicidio), pero pierden su legitimidad con suma rapidez en sociedades de consumo signadas por el hedonismo individualista. Quinto, el imaginario social no puede sostenerse de manera estable sin un marco de referencia ético que trascienda la contingencia. Las nociones de «sentido» y «esperanza» deben ser alimentadas de manera constante para que su lozanía «mitopoyética» perdure en el tiempo.

 Barack Obama parece haber entendido muy bien el «zeitgeist» en que le toca actuar, en cuanto el «sentido histórico y ético», en sociedades democráticas, no puede estar disociado de los sueños y anhelos inscritos como legítimos en la matriz antropológica de un pueblo. Cuando la línea que separaba la esfera pública de la esfera privada se ha desdibujado en las sociedades de consumo, las cuestiones que atañen a la «felicidad» de cada cual se convierten en una prioridad política. Por ello, hablar de paz y esperanza es tan importante como referirse al sistema de salud o a los derechos de la infancia.

 Por último, la presencia de Barack Obama nos enseña que los sueños no perecen. En un vídeo reciente que circula en la red podemos ver y escuchar nuevamente a Martin L. King y a John F. Kennedy fundidos con la imagen de Obama. Por paradojal que pudiera parecer, en ciertas circunstancias el tiempo de la historia se cruza con la dimensión atemporal del mito. Así, quienes han creído abolir para siempre un determinado sueño en la historia, descubren que éste regresa inevitable, el mismo y, sin embargo, distinto. Pareciera que Barack Obama habla de sueños que ya fueron proclamados hace décadas. Su voz no hace sino actualizar ecos de otras voces que resuenan en la historia de su nación con un mensaje que es el mismo y distinto.

2.- ¿La próxima Revolución Americana?

2.1.- Madame Bovary

La reciente contienda electoral en Pennsylvania ha entregado indicios elocuentes de que la cuestión del candidato ya ha sido políticamente resuelta y el ganador es el senador por Illinois,  Barack Obama. Si bien la candidatura Clinton obtuvo una ventaja de diez puntos, este éxito aparece como magro, efímero e intrascendente en el escenario nacional y mundial. Esto lo saben muy bien los «grandes inversores», cuyos fondos van cada vez más a las arcas de Obama.

La señora Clinton exhibía, al comienzo de la campaña, su condición de ex Primera Dama como un «plus» difícil de superar. Barack Obama aparecía como el indispensable «hombre de paja» para justificar elecciones primarias al interior del Partido Demócrata. Sin embargo, en el curso de la campaña, Obama ha sido capaz de generar una dinámica social que convirtió la figura de la candidata en una suerte de Madame Bovary revestida de un glamour nostálgico, un «cliché» de clase media.

Lo que constituyó, en efecto, una ventaja en las condiciones iniciales se ha devaluado al punto de convertirse en una anécdota. Esto ha quedado en evidencia al escuchar ambos discursos tras las elecciones primarias en Pennsylvania. El senador Obama congratula protocolarmente a su contendora, pero, instala el discurso en la Política con mayúscula, y en ese plano, ella queda «fuera de juego», y en ese sentido, la ignora.

Los problemas que enfrenta Estados Unidos en la actualidad, tanto a nivel interno como a nivel internacional, son de proporciones gigantescas. Desde la recesión económica al calentamiento global, pasando por la guerra de Irak, la cuestión energética y un descontento social en ciernes. Se trata, sin duda, de cuestiones de fondo que no se resuelven con provincianos discursos reformistas o encendidas proclamas patrióticas al estilo «Rambo».

Digámoslo con crudeza, tras el ocaso de los socialismos reales y la reestructuración del capital a escala global, Estados Unidos no ha logrado encontrar su lugar en el nuevo mundo y en la historia contemporánea. Para ello se requiere de manera urgente reconfigurar su «ajuste interno» entre los espectaculares avances tecnoeconómicos y el añejo orden político, social y cultural. Estados Unidos necesita imperiosamente un «New Deal» que recomponga su emplazamiento histórico y geoestrátégico como primera potencia postindustrial del siglo XXI. En pocas palabras: una  próxima Revolución Americana.

2.2.- La tierra prometida

Barack Obama es el único candidato que ha planteado su campaña en tales términos. Cada uno de sus discursos apunta al horizonte del cambio y la esperanza, conectando su presente histórico con un «presente alterno». Por ello su figura emerge ligada, ineluctablemente, a la de sus predecesores que forjaron la visión de una nación más próspera y justa: John F. Kennedy y Martin L. King. Barack Obama es el portavoz de aquel sueño que proclamara el Pastor antes de su asesinato, el advenimiento de «la tierra prometida» en suelo americano.

Si renunciamos a pensar la historia como una secuencia lineal que avanza  inexorable, podemos entender cómo otros momentos de la historia norteamericana se dan cita en la actualidad en la figura de Barack Obama. Tales «presentes alternos» resultan ser aquellos episodios históricos en que las demandas democráticas han alcanzado su momento cumbre. De algún modo, la figura de Obama construida desde una maciza estrategia comunicacional que va desde la televisión a las páginas de Internet, ha catalizado movimientos sociales que estaban en estado latente en la sociedad estadounidense. Una masa creciente de inmigrantes, trabajadores pobres y otros ciudadanos que se sienten discriminados a través de todo el país se reconocen en la visión de este valiente senador afroamericano.

Barack Obama pone en el tapete la otra cara de los Estados Unidos, muy lejana de la imagen glamorosa que transmite la televisión al mundo entero. El país de Obama, es el país de las grandes masas urbanas con duras jornadas de trabajo que deben lidiar a diario con los altos precios de alimentos y combustibles, con los altos intereses bancarios para sus hipotecas y con un sistema de salud y educación que los excluye. El reclamo del candidato Obama no apunta tan sólo a la actual administración, va más allá: Algo anda muy mal en la sociedad norteamericana.

Ese «algo» que anda muy mal es el «desajuste» profundo entre los logros tecnoeconómicos exhibidos por los neoconservadores, pero que no se ha traducido en logros sociales para gran parte de la población. La prosperidad mantenida por gobiernos neoconservadores ha encontrado su fundamento en una liberalización extrema del comercio mundial basada en las nuevas tecnologías. Este «modo informacional de desarrollo» ha dado lugar a un capitalismo financiero de especulación a escala global, precario e inestable. En este escenario no sólo se juega el destino actual de los Estados Unidos sino el de la mayoría de las naciones del orbe, antes «subdesarrolladas», hoy «dependientes en red».

2.3.- De Youtube a la filosofía moral

Al igual que F. D. Roosevelt, el candidato Barack Obama debe enfrentar un país sumido en desafíos económicos, sociales y culturales portentosos, no sólo a escala doméstica sino a escala mundial.

La candidatura de Barack Obama se ha mostrado eficiente en dos ejes comunicacionales que la articulan. En primer lugar, el uso inteligente de las nuevas tecnologías de información y comunicación, en particular, televisión e Internet. Youtube muestra el grado de eficiencia que se puede alcanzar catalizando por esta vía una campaña «Podcast» que se opone al modelo verticalista anclado en partidos institucionales de estilo «Broadcast». En segundo lugar, la instalación de una agenda temática cuyo vector no es otro que «la ética» de la cuestión pública. El candidato Obama estructura su discurso a la nación americana desde lo ético, aquello que la tradición anglosajona entiende como una «filosofía moral».

Al revisar los discursos del candidato senador Obama, observamos que éstos hablan desde una cierta «filosofía moral», lo que está en cuestión son las actuaciones de los diversos agentes de la «res publica». No nos estamos refiriendo, por cierto, a algunos «pintorescos escandalillos» de farándula que espantan a los más puritanos, se trata más bien de las conductas políticas en Washington respecto de los graves problemas que aquejan a millones de norteamericanos. Esto puede ser entendido desde la legitimación gubernamental de formas de tortura en los interrogatorios a prisioneros extranjeros o la violación de la privacidad de los ciudadanos hasta la oposición a los tratados sobre preservación medioambiental.

No podemos dejar de advertir que en una sociedad colonizada por el «cinismo performativo», la filosofía moral restituye un marco de referencia a los reclamos reformistas y, en este estricto sentido, resulta ser un arma política formidable. Si el uso intenso de las nuevas tecnologías cataliza movimientos sociales y culturales a través de todo el país, los fundamentos de una filosofía moral le otorgan un sentido trascendente a la acción.

 2. 4.- «We are the ones »

Las interrogantes son muchas, éstas van desde la propia capacidad del capital para restituir un sentido histórico, y por ende un lugar a los Estados Unidos en un mundo global, hasta las dificultades propias de un proyecto reformista radical en una sociedad burguesa desarrollada. Como sea, Youtube como agente tecnológico y social al servicio de una cierta «filosofía moral» de la cosa pública encuentran su síntesis en la candidatura de Barack Obama, constituyendo una campaña del siglo XXI que prefigura una próxima Revolución Americana.

Desde hace un tiempo, hemos venido sosteniendo la tesis de que Barack Obama  protagoniza la campaña presidencial más singular de las últimas décadas. De hecho, advertimos en ella elementos tecnológicos y discursivos que la hacen única. En oposición a las campañas verticales e institucionalizadas a través de cadenas de televisión y partidos políticos o «campañas broadcast», vemos en esta Obamanía una campaña horizontal, ciudadana de nuevo cuño a la que hemos llamado «campaña podcast». Junto a lo anterior, los discursos del candidato Obama apelan como marco de referencia a lo ético, es decir, a una «filosofía moral». Esta modalidad política que se funda en lo valórico se opone a la política entendida como «performativa y pragmática» de acuerdo a la visión neoconservadora.

 Si bien, en política nada está asegurado, podríamos aventurar que la candidatura de Barack Obama ha opacado aquella de su contrincante, al punto de hacerla tambalear. Si examinamos el curso de las campañas los últimos meses, es la senadora Clinton la que a debido resistir a las presiones para que renuncie, es ella quien ha estado indefectiblemente a la defensiva, aún cuando ha tenido triunfos parciales.

De todo lo anterior, resulta plausible la hipótesis de que el senador por Illinois encarna un anhelo profundo de un amplio sector de estadounidenses. Por la radicalidad de su pensamiento, por lo novedoso de su modalidad tecnológica y social, no dudamos en calificarla de una campaña del siglo XXI. Ahora bien, por el contenido profundo del planteamiento de Obama, estrechamente unido al sueño de JFK y MLK, hemos calificado el horizonte político del señor Barack Obama como la próxima Revolución Americana. Es decir, un cambio de fondo a nivel social y cultural en el seno de la sociedad norteamericana.

Es claro que la «Revolución Americana» se concibe en el seno de una sociedad burguesa desarrollada y en este sentido, debemos entenderla como una profunda renovación democrática que recomponga las relaciones al interior de dicha sociedad. Al candidato Obama le asiste la convicción profunda de que, por increíble que parezca, «Sí se puede». No se trata de un sueño por alcanzar la «tierra prometida» como proclamó el célebre Pastor Martin Luther King, se trata de una posibilidad cierta para esta generación: «We are the ones».

Habrá que esperar el desarrollo de los acontecimientos. Sin embargo, todo indica que estamos a las puertas del cambio más notable en la política estadounidense de las últimas décadas.

3.- Vientos de Cambio

3.1.- High Hopes

Tal como era previsible desde hace algunas semanas, la contienda al interior del Partido Demócrata se ha resuelto a favor del candidato afroamericano Barack Obama. De manera que la cuestión capital hoy es preguntarse por el curso de la campaña entre el candidato Obama y su contendor republicano.

El candidato McCain es el último representante de una ola neoconservadora  que inauguró el presidente Ronald Reagan. Este clima neoconservador se ha mantenido en el mundo desde la década de los ochenta y el fracaso de los socialismos no hizo sino acentuar su clara hegemonía, tanto en el ámbito tecnoeconómico como en la política no sólo de Estados Unidos. El efecto Reagan se ha sentido en el mundo entero, determinando un curso de derechas por doquier. Aunque podemos reconocer excepciones, éstas sólo confirman la regla general imperante. Los grandes centros de decisión política en el mundo se han orientado hacia el conservadurismo y el libre mercado, desde a Iglesia Católica a la mayoría de los gobiernos europeos.

John McCain posee la fuerza de una cierta inercia política, la misma que ha sido capaz de reelegir al actual mandatario. Norteamérica posee una matriz cultural conservadora, alejada del liberalismo de las grandes universidades y centros urbanos del Este. Digámoslo francamente, hay una Norteamérica plebeya, escasamente ilustrada, fanática religiosa, xenófoba, homófóbica, chauvinista y, en el límite, racista. La candidatura del «héroe de guerra» McCain se ajusta muy bien a ese «sentido común» de la cultura estadounidense. Un imaginario que ha sido construida por una sociedad de consumo prototípica y una  potente industria cultural desde hace ya varias décadas.

El voto conservador no es patrimonio exclusivo de los WASP (White, Anglosaxon and Protestant), a ellos se suma, paradojalmente, el voto latino, comunidad construida por cierta inmigración económica en pos del sueño americano y la inmigración política, mayoritariamente conservadora. Ha sido este bastión duro el que ha asegurado décadas de dominio conservador en la Casa Blanca y en la Cámara de Representantes. Por ello, no se debe menospreciar las posibilidades ciertas del candidato republicano para dar continuidad al conservadurismo en Estados Unidos.

 Barack Obama es un personaje no sólo carismático y telegénico sino refinado e inteligente. Su gran fortaleza, sin embargo, la encontramos en haber conjugado con astucia y sabiduría una magnífica campaña comunicacional con un sólido discurso filosófico moral. Internet y una cierta filosofía moral al servicio de un programa de reformas profundas que ha calado hondo en los sectores más empobrecidos de su país. Ante un McCain anclado en la tradición norteamericana, Obama se erige como un líder del cambio y la esperanza. 

El senador afroamericano por Illinois ha sido el blanco de una dura campaña en su contra, tanto al interior de su propio partido como por parte de sus adversarios conservadores. Muchos de los reparos en su contra no pueden tomarse en serio, como la acusación xenofóbica por su origen étnico o su presunta proximidad con el Islam. Lo mismo, sostener que un senador de los Estados Unidos, acostumbrado a los vértigos políticos de Washington «carece de experiencia», linda en lo ridículo, teniendo en cuenta no sólo su carrera de años, sino el hecho capital de que los gobiernos contemporáneos representan equipos de trabajo constituidos por expertos en todo orden de materias, desde la economía a la seguridad nacional. Digámoslo con claridad, Barack Obama es parte de la clase política norteamericana ligado al sector liberal y reformista del Partido Demócrata, en rigor, su más lúcido líder.

Estas consideraciones nos permiten ponderar el alcance del cambio que propone el candidato. Todo el discurso del candidato Obama apunta a una reconfiguración política y social en una sociedad tardocapitalista. En este sentido, su visión está en las antípodas del proyecto neoconservador, muy afín al liberalismo tecnoeconómico, pero enemigo del liberalismo político, tanto a nivel nacional como internacional.

De hecho, la sucesión de gobiernos conservadores ha sumido a la Unión Americana en una grave crisis no sólo económica sino política y social, y ha llevado al país a una difícil encrucijada internacional tras un proyecto imperial inconsistente. Dicho rudamente, ha convertido a los Estados Unidos de América en una de las principales amenazas a la paz mundial y en un riesgo permanente para la estabilidad económica y política del planeta. Si a eso se agrega la manera irresponsable de cómo se ha manejado la cuestión medioambiental, el balance es desastroso.

La figura de Barack Obama debe ser entendida en este contexto histórico. El representa la posibilidad de rearticular una sociedad burguesa desarrollada en el presente siglo, y en este sentido, la restitución de un sentido histórico democrático. Si durante todo el siglo XX la palabra «revolución» se entendió «contra» la hegemonía burguesa; en la actualidad, por paradojal que parezca, debemos estar preparados para asistir a una «revolución» desde y con la burguesía. En términos marxistas, podríamos aventurar que el siglo XXI, inaugura la posibilidad cierta de que se escenifiquen «revoluciones democrático burguesas» como correlato político a la reestructuración tecnoeconómica del capital. Lo que parecía una herejía hace algunas décadas, hoy encuentra condiciones de posibilidad en un mundo postcomunista.

La pregunta que debemos plantearnos es si acaso ha llegado el momento histórico para tal revolución democrática o continuará la radicalización imperial conservadora. A la luz de los antecedentes disponibles, todo indica que se ha llegado a un punto de inflexión en que se requiere cirugía mayor, algo que los conservadores de McCain no están dispuestos a enfrentar.

 3.2.- Vientos de cambio

Pensar a Barack Obama como el próximo presidente de los Estados Unidos, lejos de ser un afiebrado relato de política ficción es una hipótesis no sólo posible sino muy probable. Por ello, es necesario analizar, sucintamente, las consecuencias de este giro político en Washington respecto de América Latina. Sostenemos que el triunfo de Barack Obama pone término a la hegemonía neoconservadora inaugurada por Ronald Reagan en la década de los ochenta y, en consecuencia, abre una nueva etapa que no vacilamos en calificar de una próxima Revolución Americana. Si estamos en lo cierto, el mundo entero debiera prepararse para una mutación profunda del escenario político y económico internacional.

Por de pronto, Barack Obama ha anunciado una revisión de los Tratados de Libre Comercio y un retiro paulatino de las tropas en Oriente Medio, al mismo tiempo se muestra mucho más sensible a cuestiones como el calentamiento global y la pobreza dentro y fuera de los Estados Unidos. Estas no son buenas noticias para los sectores más neoliberales de nuestros países. Chile, en particular, vive todavía sumido en el trauma postdictatorial con una clara hegemonía conservadora. Si bien exhibe al mundo gobiernos progresistas, lo cierto es que su fundamento constitucional y económico sigue estrechamente ligado al diseño militar de los ochenta. Por último, el mentado modelo económico chileno está muy lejos de haber superado aquella condición que solía llamarse «subdesarrollo».

A diferencia de sus congéneres del mundo desarrollado, nuestra burguesía se encuentra mucho más próxima del pietismo conservador, cómplice de cierta nostalgia castrense, que del liberalismo democrático. Por esto, la afinidad con Washington puede atenuarse, lo cual no sería una novedad, pues esta situación se ha dado muchas veces en nuestra historia.

La presencia de un gobierno liberal reformista en los Estados Unidos puede significar un enfriamiento de las relaciones comerciales con los países del sur, pero también cierta reactivación de las relaciones culturales y políticas. Es posible, incluso, que la presencia de Barack Obama reanime una ola reformista en América Latina, como ocurrió en la era Kennedy.

El papel de los Estados Unidos en nuestra región, en un contexto post Guerra Fría, puede resultar mucho más importante de lo que se espera. A excepción de la senescente experiencia cubana, América Latina es terreno propicio para que la tremenda penetración mediática de estas últimas décadas acelere nuestra aproximación cultural y política a Washington.

Barack Obama es el rostro amable de la democracia norteamericana, sin embargo, dicha nación es también, y de manera inevitable, un Imperio. La cuestión para nosotros latinoamericanos es si acaso ese rostro amable que inspira a su nación será capaz de revertir décadas de historia y entablar un diálogo franco y fructífero para nuestros pueblos que buscan a su manera sus propias fórmulas democráticas.

4.- Barack Obama hace historia

4.1.- Obama: candidato demócrata

El  triunfo de Barack Obama  posee un ineludible alcance histórico que es bueno destacar. No se trata, tan sólo de que por vez primera en la historia de los Estados Unidos, un afroamericano se encuentre tan cerca de alcanzar la presidencia del país más poderoso de la tierra. Se trata de la primera campaña del siglo XXI.

La campaña del senador Obama es la primera de este siglo en varios sentidos. Primero, abandona la modalidad clásica y vertical anclada en partidos regimentados al estilo «Broadcast», para abrirse a los vértigos virtuales de Internet, en una horizontalidad «Podcast». Segundo, sostiene un discurso ya no desde fundamentos político ideológicos explícitos sino desde una matriz filosófica moral, teniendo como eje, la «esperanza» y el «cambio». Tercero, hace manifiesta su vocación «globalizada», acogiendo como temas preponderantes aquellos que atañen a la humanidad entera, calentamiento global, guerra en Oriente Medio, pobreza dentro y fuera de las fronteras norteamericanas.

El valiente senador por Illinois se erige como el líder de una generación de norteamericanos que quieren dar vuelta la página en muchos aspectos cruciales de la vida política de su nación, apostando a nuevas estrategias tecnológicas, económicas, sociales y políticas. La propuesta de Barack Obama es portentosa, se trata, ni más ni menos que de un salto cualitativo comparable en su temeridad a la de los padres fundadores: una verdadera segunda Revolución Americana.

Por último, Barack Obama hace historia porque como nunca antes, su voz e imagen, en tiempos de hiperindustria cultural, está llegando en tiempo real a millones de hogares en el mundo. Barack Obama se ha convertido, en pocos meses, en un líder de estatura mundial y como sentenció en Minnesota al cierre de su campaña: «Ha llegado nuestro tiempo».

4.2.- El sueño americano

Hay momentos de la historia en que un «ahora» cristaliza un «otrora», de algún modo, el pasado se hace presente, evidenciando que los sueños y anhelos humanos más profundos nunca perecen. A 45 años del mítico discurso de Martin Luther King, «Tengo un sueño», y al igual que John F. Kennedy, que aceptó su candidatura  fuera del espacio de la Convención Demócrata, Barack Obama ha sido nominado como el candidato del Partido Demócrata a la Casa Blanca en una histórica noche de agosto.

Obama ha actualizado el «sueño americano» y lo ha hecho con dos armas formidables. Un genuino reclamo moral frente a los extravíos de la actual administración y el uso inteligente de las nuevas tecnologías de comunicación e información digitales. La filosofía moral que anima el discurso reformista del candidato afro americano es una acusación directa a los excesos neoconservadores en materias domésticas e internacionales.

Sin embargo, este discurso sólo es efectivo en cuanto se transmite a millones de manera seductora. El alto impacto ha sido posible debido a la hábil utilización de las nuevas tecnologías que están reinventando las estrategias de comunicación política. La candidatura Obama es la primera experiencia mundial de una campaña «Podcast» en la era de la «hiperindustria cultural», frente a las tradicionales campañas verticales de tipo «Broadcast». De hecho, hagamos notar que la investidura de Barack Obama como candidato oficial de su partido se escenificó en horario estelar para la televisión estadounidense y mundial, en vivo y en directo.

La restitución del «sueño americano» debe entenderse, esta vez, ya no como algo reservado a loa anglosajones sino como un «modo de vida» inclusivo y multicultural. La fuerza de Barack Obama radica, precisamente, en concebir los Estados Unidos como una nación diversa, diversidad que él mismo encarna. Frente a un discurso tal, la figura tradicional de su oponente aparece como «provinciana».

En la arena internacional, la candidatura de Obama posee una trascendencia política que se hará sentir en todo el globo. Su discurso apunta a una renovación ética de la sociedad burguesa más avanzada del planeta, poniendo fin a la era neoconservadora inaugurada en los ochenta por Thatcher y Reagan. En este sentido, no parece exagerado habla de una segunda Revolución Americana, en cuanto reinvención del ethos democrático liberal en los albores del siglo XXI.

La Unión Americana enfrenta, en lo doméstico, una pauperización de amplios sectores sociales en las grandes urbes; un deterioro importante de sus políticas sociales en salud, educación y vivienda. Todo ello de la mano de una amenazante crisis económica derivada del errático «capitalismo casino», la inestabilidad del mercado de los combusibles y  los altos costos de una guerra incierta en el Golfo Pérsico. En lo internacional, es claro que la política estadounidense no puede exhibir grandes logros: hay una pérdida de liderazgo en cuestiones cruciales como políticas medioambientales, biotecnologías, alta tecnología digital. La presencia de los Estados Unidos en el mundo ha dejado de ser optimista y esperanzadora, convirtiéndose, en los hechos, en una amenaza a la paz mundial. La herencia de los neoconservadores, en particular del último periodo de Bush, no podría ser más desalentadora.

El ocaso de la era neoliberal en Estados Unidos debiera interesar, de manera especial, a sus epígonos chilenos. Los nuevos vientos que se anuncian  en Washington para el próximo año debieran incorporarse a la agenda de la cancillería, tomando más en serio una serie de «temas olvidados». Pareciera que la nueva orientación en la Casa Blanca pondrá de moda una palabra borrada hace años de la agenda política de los gobiernos locales: Ética cívica.

Barack Obama es, sin duda, el fenómeno político más interesante en Norteamérica desde la nominación del joven John Kennedy. Sospechamos que sus adherentes tienen razón cuando afirman que la figura de su candidato se encuentra en el lado correcto de la historia. La conclusión es clara: Barack Obama será el próximo Presidente de los Estados Unidos de América.

4. 3.- McCain y Pinochet

De acuerdo a documentos desclasificados recientemente, el actual candidato republicano a la Casa Blanca John McCain se reunió en diciembre de 1985 con el, entonces, dictador chileno Augusto Pinochet. La visita fue coordinada por el embajador de Chile en Washington, Hernán Felipe Errázuriz, quien consideraba al  congresista McCain como un conservador anticomunista amigo y próximo de la dictadura chilena.

El fantasma de Pinochet irrumpe en las actuales elecciones norteamericanas como una mancha maloliente en la trayectoria del aspirante republicano, quien ha proclamado a los cuatro vientos que no se reuniría con «dictadores». Augusto Pinochet no requiere, a esta altura, presentación alguna, pues ha quedado inscrito en la historia como el general que traicionó al presidente constitucional Salvador Allende en una sórdida conspiración que mezcló dólares y asesinatos, sumiendo a Chile en uno de los periodos más oscuros de su historia.

La visita de John McCain no resulta un incidente aislado. Es un hecho de la causa que fue el gobierno republicano de Nixon y Kissinger  el que  concibió y financió el cruento golpe de estado del 11 de septiembre de 1973, sosteniendo una dictadura que desplegó la tortura, el crimen y la brutal represión en Chile durante casi dos décadas.

No podemos olvidar que la visita de John McCain a su amigo Augusto Pinochet se produjo después de que la policía secreta del régimen chileno, DINA, perpetrara el asesinato en la capital norteamericana del ex canciller Orlando Letelier y su secretaria Ronnie Moffitt en septiembre de 1976, en un acto violatorio de las leyes estadounidenses y que no dudaríamos en calificar de  terrorismo internacional.

John McCain se ha mostrado ante los votantes de su país como un respetable veterano de Viet Nam, un «héroe de guerra» y paladín de la democracia, un sonriente hombre maduro de pelo cano. La información proporcionada por John Dinges  nos devela en cambio, a un hombre muy parecido a George Bush, un político dispuesto a tratar con los peores sátrapas del mundo con tal de defender espurios intereses.

El entorno de la candidatura republicana hará todo lo posible por opacar y minimizar esta «anécdota» en la biografía del candidato, sin embargo, lo cierto es que se trata de un hecho que desnuda el perfil político del aspirante John McCain: uno de los últimos representantes de aquella estirpe republicana que se formó en el añejo discurso anticomunista de la Guerra Fría, un ultra conservador ligado al Pentágono, defensor de las grandes corporaciones y de la hegemonía imperial estadounidense que desprecia la democracia de países pequeños, como Chile.

La figura de John McCain, un congresista estadounidense que se reunió con Augusto Pinochet, y no precisamente para hablar de democracia o derechos humanos, carece de la necesaria estatura moral para aspirar a la presidencia de los Estados Unidos. La candidatura republicana encabezada por John McCain ofende a todos quienes durante décadas han luchado por los derechos fundamentales y la dignidad de las personas, no sólo en Chile, sino en el mundo entero. Es de esperar que los votantes norteamericanos sepan hacer esta distinción a la hora de elegir a su mandatario.

4. 4.- Bush: El antagonista

Hace algunas décadas, dictadores y tiranos de diversas latitudes actuaban impunemente, cometiendo crímenes atroces. Tal fue el escenario en muchos países del llamado Tercer Mundo. Esto fue cierto hasta el día en que Augusto Pinochet Ugarte fue detenido y procesado en Londres por crímenes de lesa humanidad.

 Por primera vez en la historia reciente, un ex gobernante era procesado por tribunales internacionales acusado de torturas, asesinatos, secuestros, entre otras muchas felonías. De alguna manera, el «caso Pinochet» fue una luz de alarma para todos aquellos «gobernantes» del mundo, habituados a la impunidad que preside sus actuaciones.

George W. Bush es el responsable de detenciones, torturas y asesinatos en el mundo entero, desde Guantánamo a Irak. Su gobierno arrastró a su país, bajo engaño, a una guerra insensata para preservar los intereses de grandes empresas petroleras, lo que ha costado la vida de miles de ciudadanos estadounidenses. Su gobierno ha autorizado la asfixia simulada como método legítimo de interrogatorio, ha mantenido a los detenidos en la base de Guantánamo en el limbo jurídico sin posibilidad alguna de defensa, ha permitido la práctica sistemática de humillaciones y torturas a los prisioneros en Afganistán, Irak y Pakistán.

Los crímenes cometidos bajo el gobierno de Bush constituyen una clara violación de las convenciones y tratados internacionales y entran en la categoría de «crímenes contra la humanidad». Las voces que claman por un juicio contra el actual gobernante de Estados Unidos y sus cómplices han comenzado a levantarse dentro de sus propias fronteras. Tal es el caso de Vincent Bugliosi que reclama un juicio contra Bush por el cargo de asesinato.

Las diferencias entre la dictadura de Pinochet y el gobierno de Bush se hacen cada día más tenues, a medida que emergen nuevos antecedentes sobre el modo en que ha conducido su «cruzada». Es hora de que el actual presidente de los Estados Unidos rinda cuentas por sus actos ante sus conciudadanos y ante los tribunales internacionales.

En este momento inaugural del siglo XXI, la comunidad internacional tiene el imperativo moral de exigir que Bush y sus colaboradores sean llevados ante los tribunales por sus crímenes. Permitir la impunidad sería una degradación no sólo de la política en Norteamérica, sino de la política en el mundo entero. Por el respeto que le debemos a las víctimas y a las nuevas generaciones, es hora de que la humanidad entera erradique ahora las prácticas violatorias de los Derechos Humanos, antesala de la barbarie. Es el tiempo de que la comunidad internacional lleve a los tribunales al actual presidente de los Estados Unidos: George W. Bush

5.- Barack Obama  Presidente

5.1.- El desafío

Hasta hace pocos meses, muchos miraban con escepticismo un posible triunfo de Obama en las elecciones internas del partido demócrata ante la tenaz oposición de la senadora Hillary Clinton. Y muchos más creían prácticamente imposible que el valiente senador afroamericano tuviese una posibilidad cierta de llegar a la Casa Blanca. Los hechos y los sondeos de opinión, hoy, demuestran lo contrario.

El senador por Illinois, Barack Obama se erige como el candidato con las mayores posibilidades de alcanzar la presidencia de los Estados Unidos, en noviembre próximo. Este triunfo se explica por varios factores, entre los cuales ya hemos destacado su peculiar campaña electoral que ha abandonado el verticalismo «Broadcast» para instalarse en la horizontalidad «Podcast». Este fenómeno inédito en el ámbito de la comunicación política viene acompañado por un sólido discurso filosófico-moral arraigado en la tradición norteamericana que sustituye a las «ideologías» con inusitada eficiencia en una sociedad que reclama un cambio frente a las políticas excluyentes basadas en el miedo, propias de la administración Bush. El resultado está a la vista: un movimiento social multicultural por el cambio, catalizado por las nuevas tecnologías que atraviesa la Unión Americana de costa a costa.

La actual crisis financiera mundial, y la subsecuente inestabilidad de los mercados, no ha hecho sino fortalecer la candidatura de talante reformista del senador Obama, desdibujando las pretensiones de su oponente como mero continuismo de la actual administración. Sin embargo, se trata de un arma de doble filo, pues en definitiva el gobierno actual lega a los demócratas un país al borde de la recesión, con un abultado déficit fiscal derivado de una guerra impopular y difícil de justificar.

Las grandes tareas de la administración Obama se pueden resumir en cuatro grandes cuestiones. Primero, estabilizar y reimpulsar la economía estadounidense mediante la regulación de los mercados y la inversión pública en proyectos de alta tecnología, reformulando los fundamentos mismos del capitalismo. Segundo, propender a un nuevo orden político mundial que instale a los Estados Unidos como un actor preponderante, en cuanto una potencia democrática capaz de asegurar la paz mundial. Tercero, construir en su país un nuevo «contrato social» que asegure las oportunidades y la prosperidad a sectores pauperizados y excluidos. Cuarto, enfrentar con decisión los desafíos medioambientales y culturales que afligen a la humanidad toda.

Al igual que Franklin D. Roosvelt, el futuro presidente Barack Obama recibe una nación sumida en la más grave crisis económica-financiera de los últimos ochenta años, con el agravante de que esta vez se trata de una catástrofe que por su naturaleza global no se puede resolver en los límites de las políticas domésticas. En este sentido, el desafío para la próxima administración es mayúsculo: nada menos que poner los cimientos del mundo del siglo XXI. Los problemas que enfrenta actualmente Estados Unidos exigen, como nunca antes, actualizar aquella frase «Think Big». En pocas palabras, si los norteamericanos pretenden seguir siendo la primera potencia del mundo en este siglo deberán dar un gran salto tecno-económico, político, social y cultural; es decir, ser capaces de estar a la altura de los padres fundadores y protagonizar una Revolución Americana 2.0.

5.2.- Obama y América Latina

El triunfo del candidato Barack Obama en las recientes elecciones de los Estados Unidos abre una serie de interrogantes en torno a las políticas de la nueva administración hacia las diversas regiones del mundo. Esto es de particular relevancia para América Latina, una «región dólar», estrechamente ligada, para bien y para mal, a los avatares políticos de Washington.

Antes de imaginar siquiera cuales podrían ser los nuevos planteamientos de la Casa Blanca hacia Latinoamérica, conviene subrayar que lo «nuevo» sólo erige sobre un fondo de continuidad. No cabe duda que habrá cambios, pero también mucho de lo ya conocido. Si bien la administración Obama no tiene nada de radical ni de izquierdas en ningún sentido, contrasta con fuerza con el conservadurismo a ultranza de la era Bush y su «cruzada», tan agresiva como insensata. En rigor, Barack Obama encabeza un gobierno demócrata moderado de reformas, lo que en la sociedad estadounidense no es poca cosa.

El gobierno de Obama hereda una de las más graves crisis financieras que ha abierto las puertas a la temida recesión económica. Por lo tanto, el programa de reformas ha de tener una fuerte componente regulatoria de los mercados y, sin lugar a dudas, una clara intervención fiscal que ya ha comenzado a producirse. El revés económico acelera las reformas y las vuelve casi imprescindibles, dándole un perfil y un giro impensado a la nueva administración. Los primeros tiempos de la era Obama estarán marcados por la urgencia y el dramatismo de la actual crisis económica.

Los grandes protagonistas de la actual crisis global se encuentran, por cierto, en los Estados Unidos, pero también en Europa y Asia. América Latina, a excepción de Brasil y quizás México, no representa una prioridad a este respecto y difícilmente ocupará un lugar destacado en la agenda del nuevo gobierno. Lo mismo puede decirse de las cuestiones geoestratégicas que se juegan en el Medio Oriente y en el Golfo Pérsico.

El único tema de interés inmediato para los latinoamericanos se relaciona con los Tratados de Libre Comercio que ya han sido suscritos o se encuentran en trámite. De acuerdo a las declaraciones del nuevo presidente, habrá una política muy restrictiva y de revisión de lo obrado hasta el presente en torno a dichos tratados. Estas no son buenas noticias para las economías de la región cuyas elites han orientado sus modelos inspirados por las políticas de la administración precedente. Las otras cuestiones que atañen a Latinoamérica, como son la inmigración, el narcotráfico y la situación respecto de Cuba y Venezuela, podrían ser objeto de reformas más espectaculares que sustantivas.

Por último, la presencia de Barack Obama en la Casa Blanca va a imponer un «nuevo estilo» a la administración del gobierno estadounidense, marcando distancia con su predecesor. Así, los temas en torno a los derechos humanos, el medioambiente y la crisis alimentaria pudieran adquirir inusitada relevancia en las relaciones con Washington.

En un mundo hipermoderno, paradojalmente estetizado y carente de estilo, acaso lo realmente nuevo sea eso: Un despliegue más estético, mediático político y diplomático, que militar. Obama imponiendo un  «nuevo estilo» bien pudiera ser el  «as» bajo la manga del primer afroamericano convertido en Presidente de los Estados Unidos.

5. 3.- El comienzo de una nueva era

La historia nos enseña que al igual como el viento parece concentrarse en un punto del velamen de un navío, las fuerzas sociales convergen en un punto espaciotemporal en torno a un liderazgo que las anuda. Tal es el caso del electo presidente afroamericano Barack Obama, hasta hace poco, un senador por Illinois muy  poco conocido en el mundo.

Hay un antes y un después en la elección de Obama en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos. Podemos reconocer este punto de inflexión en la historia estadounidense no sólo por el hecho de que un candidato afroamericano haya sido electo para ocupar la primera magistratura, superando siglos de marcados prejuicios raciales sino por un giro copernicano en la política de la primera potencia mundial.

El triunfo de Barack Obama representa la más contundente derrota del «miedo»  en la sociedad estadounidense. Ha sido derrotado el miedo utilizado con astucia por la administración Bush para arrastrar a su país a la guerra, pero también ha sido derrotado, parcialmente, el miedo de inspiración racial. En última instancia se ha derrotado el miedo al cambio en una sociedad marcada por el conservadurismo. Este fenómeno delata una transformación del imaginario social en los Estados Unidos e inaugura una nueva era en la política de aquel país.

Las nuevas generaciones de la Unión Americana se han expresado a favor del cambio, lo que supone nuevos énfasis políticos en la Casa Blanca. Este talante renovador en una de las sociedades más avanzadas del planeta anuncia algo que ya está en el aire en muchas partes del mundo, una mutación histórica de aquello que se llamó la «conciencia burguesa». Asistimos a los primeros síntomas de un ajuste estructural entre una nueva sensibilidad o «ethos cultural», incubado en las sociedades desarrolladas desde hace algunas décadas y los diseños políticos que se requieren en tiempos de la globalización. Este ajuste no es ajeno, desde luego, a las condiciones materiales que lo hacen posible. La actual crisis financiera y la recesión económica que ha originado está marcando un límite: se requiere un salto cualitativo de índole tecno-económico.

El triunfo de  Barack Obama debe ser puesto en una perspectiva de cambio histórico: un proceso de renovación de las sociedades burguesas del siglo XXI precipitada por la noción de crisis. A la reconfiguración tecno-económica del capital inaugurada en la década de los ochenta se sigue un reajuste global a un modelo defectuoso y una corrección política de envergadura. La crisis que enfrentamos no atañe sólo a las finanzas y la economía, ni siquiera se trata solamente de una guerra distante e injustificable: se trata de algo más profundo que compromete el modelo de desarrollo, cuyos síntomas son la crisis medioambiental, la crisis alimentaria y la crisis de los combustibles, por mencionar las más inmediatas.

Barack Obama encarna un nuevo liderazgo que recoge las demandas democráticas y multiculturales, pero que se hace cargo también del malestar generado por una recesión económica de escala mundial que promete ser larga y severa. Los desafíos para el próximo gobierno demócrata son mayores y se pueden resumir en algo así como reparar todo el daño ocasionado por el gobierno Bush en todos los ámbitos. Estabilizar la economía doméstica y mundial, reinstalar a los Estados Unidos en el mundo como potencia política y económica, reconstruir el tejido social asegurando oportunidades para los marginados, tales son las tareas urgentes que deberá asumir el nuevo presidente.

El presidente Obama ha logrado concitar el apoyo de su pueblo en torno a las palabras «cambio» y «esperanza» y les ha señalado que «sí se puede» cambiar el mundo. Todos los pueblos de la tierra asisten al momento estelar en que los estadounidenses procedentes de muchas culturas, parecen haber vencido, en parte, sus propios fantasmas, sus propios miedos. Un indispensable primer paso cada vez que se trata de enfrentar lo desconocido, las grandes empresas en la historia.