Complacencia cultural

TV joven observandoAlfredo Jocelyn-Holt / La Tercera / «Tampoco ayuda que la televisión, el recurso cultural más potente, se haya volcado a la vulgarización masiva. Tan incluso así, que a la cultura algo más sofisticada, cuando se la «transmite» por esta vía, se la suele confundir con la pura entretención o el espectáculo superficial. De más está decir que la televisión es el medio más censurado que perdura aún en Chile»

Habra que ver cuánto volverá a estimularse políticamente el ambiente cultural, ahora que han premiado a Vargas Llosa, un escritor, aunque errático en sus opciones, sin duda que comprometido. Lo más probable es que la inercia de los intelectuales de que hablaba Alvaro Matus en estas páginas el jueves pasado, igual continúe. Sin ir más lejos, la última vez que hubo en Chile un debate serio, cargado con tintes políticos, fue a fines de los años 90, en torno a la transición; debate que fue sofocado cuando trajeron de vuelta a Pinochet y se impuso cierta complacencia consensuada general.

Por supuesto que no siempre tiene que haber compromiso político en las artes y en las letras, pero llama la atención cuando hay sólo esteticismo o la cultura cumple meras funciones decorativas. Es más, por muy comprensibles que nos resulten los gobiernos pragmáticos (el nuestro actual lo es y hay razones para ello), que también lo sea el mundo cultural no deja de desconcertar. En una América Latina todavía retrasada como la nuestra, sorprende que cundan tanto la flojedad y desgano en quienes uno supone una sensibilidad política alta.

¿A qué se debería entonces la desidia y falta de entusiasmo en nuestro ambiente? Ciertamente que no a un apagón cultural impuesto por decreto, como lo tuvimos en el pasado. Producción y estímulos culturales abundan, pero es claro, también, que esta creciente oferta está siendo condicionada por un fuerte sesgo mercantil que, a menudo, vuelve más preponderante la publicidad y sus soportes que los contenidos mismos. Sesgo muy propio de «gestores culturales», ingenieros comerciales convencidos de que la cultura es un servicio de aprovisionamiento industrial que hay que dirigir a nichos de consumidores específicos debidamente segmentados.

Tampoco ayuda que la televisión, el recurso cultural más potente, se haya volcado a la vulgarización masiva. Tan incluso así, que a la cultura algo más sofisticada, cuando se la «transmite» por esta vía, se la suele confundir con la pura entretención o el espectáculo superficial. De más está decir que la televisión es el medio más censurado que perdura aún en Chile. A su vez, las redes de internet, si bien puede que acrecienten la oferta, atomizan la demanda, y eso, en política, solo sirve para controlar, instrumentalizar y focalizar efectos.

Agreguémosle a todo ello una academia que, de intelectualmente creativa y audaz, no tiene mucho que mostrar, menos exigir. El nuestro es un mundillo universitario incapaz de contrarrestar con ideas y provocaciones la vorágine de estímulos icónicos, visuales o informativos, carentes de contexto y lógica que nos asaltan a diario. Y, desde luego, agreguemos también cierta fatalidad ambiente que parece haber convencido a intelectuales y creativos de que lo que mueve al mundo es, cada vez más, la demanda por excitaciones privadas, materialistas, simuladas o fugazmente desechables.

Si de algo sirve el mundo cultural es para proporcionarnos un espacio de experimentación y reflexión crítica con un mayor nivel de libertad y desenfado tolerados. Cuando no cumple con esa expectativa es porque se le está coaccionando -cuestión que dudo que suceda hoy- o porque se ha vuelto cómplice, es decir, complaciente y acrítico. Esto último, lo más probable.