Dividir para reinar (o los peligros de una ley corta)

TV digital

OBSERVATORIO / Lucas Sierra en su columna dominical del Mercurio reconoce una serie de bondades que podríamos tener con la futura TV digital, pero dice que para disfrutarlas necesitamos tener pronto una ley que permita el tránsito a la nueva tecnología. Lo anterior no sería posible, según el académico, porque, junto a las “cuestiones técnicas vinculadas a las concesiones”, el proyecto de ley que se discute actualmente en el Parlamento estaría estancado por una serie de consideraciones respecto a las atribuciones del CNTV que eternizan el debate en el Congreso.

Ante la supuesta demora del proyecto, Sierra propone dos caminos: que los legisladores se apuren y aprueben una ley única con premura o que el proyecto se divida en dos, sacando una ley corta de despacho rápido para el nuevo mecanismo de concesiones y otra larga “para discutir con más tiempo las demás materias”.

Como Observatorio, reconocemos, al igual que Sierra, las posibilidades democratizadoras que abre la televisión digital, pero ponemos en duda que la traba para que el proyecto avance sea “el exceso de debate”. Al contrario: ha sido precisamente la falta de discusión y de participación ciudadana lo que impide que el proyecto prospere. De hecho, está en la actualidad en la comisión de Hacienda de la Cámara y no se tienen mayores indicios de lo que se dirime entre los honorables ni de si se está o no debatiendo, por ejemplo, el fomento económico para el ingreso de nuevos actores al escenario televisivo. A nuestro juicio, lo peor que podría pasar es que aprobara una ley corta, como propone Sierra, y se pospusieran las discusiones más complejas. Casi con seguridad la llamada “ley corta” se transformaría en definitiva, y la otra, de improbable promulgación, postergaría para un futuro incierto los elementos centrales del proyecto que abren las puertas a una mayor diversidad y pluralismo en la TV chilena.

Lea a continuación el artículo de Sierra.

Dividir para reinar

El Mercurio / Reportajes / A veces la historia se repite. Y lo que se repite suele no ser bueno. Durante sus primeros 10 años en Chile, la televisión operó con permisos provisorios y no con concesiones estables. Esto ayuda a explicar su lento e incipiente desarrollo inicial.

Hoy, los primeros pasos de la TV digital también se están dando con permisos provisorios. Y pareciera que se van a seguir dando así por un tiempo.

Hace unas semanas, el Gobierno dictó un decreto que permite otorgar permisos provisorios anuales para emitir TV digital, por un plazo de cinco años. Esto, mientras el Congreso estudia con una lentitud inconcebible un proyecto de ley enviado hace dos años con el objeto de reformar las concesiones televisivas a fin de aprovechar todo el potencial de esta nueva tecnología.

Propone que las concesiones sean divididas en dos. Una autoriza a poner en el aire contenidos televisivos y la otra entrega el espectro radioeléctrico para hacerlo. Y esta última permite ofrecer otros servicios de telecomunicaciones mediante ese espectro, además de TV.

Lo interesante es que no se exige que ambas concesiones estén en manos de un mismo titular. Habrá titulares que tengan ambas, pero también titulares que tengan una y no la otra. Así, por ejemplo, un grupo de jóvenes con talento para producir programas, pero sin plata para montar la infraestructura necesaria para transmitirlos, podrán obtener una concesión para poner esos programas en el aire, y luego contratar la infraestructura y el espectro radioeléctrico de un tercero con una concesión para transportar programas ajenos.

Esto está a la base de la revolución que promete la TV digital. Permitirá complejizar el mercado televisivo, multiplicando las vías de transmisión. Para hacer TV no será necesario, como hoy, tener un canal propio, o conseguir que un canal ponga en su parrilla programas hechos por productoras independientes. Esto, pues en el mundo digital habrá redes de transmisión cuyo principal objeto será transportar programas de terceros. Esta sí que es una infraestructura para el pluralismo televisivo.

Además, los actuales canales podrán transmitir los programas que produzcan y, también, podrán arrendar parte de su red a programas de terceros, además de ofrecer otros servicios de telecomunicaciones como, por ejemplo, datos. Esto les permitirá ir más allá del modelo tradicional del negocio televisivo, que es la venta de audiencia a los avisadores, y liberarse en parte de los rigores del rating, pues podrán generar ingresos adicionales por estas otras vías.

Pero ninguna de estas esperanzas puede materializarse porque el proyecto de ley no avanza. Y no avanza porque contiene, además de las precisas cuestiones técnicas vinculadas con las concesiones, un difuso conjunto de otras materias que tienen que ver con la arquitectura y poderes del Consejo Nacional de TV. Es decir, con la regulación del contenido televisivo. Y esto, claro, abre una interminable deliberación que lastra todo el proyecto.

Mientras tanto, los permisos provisorios son necesarios porque los canales y la audiencia necesitan ensayar la nueva tecnología. Pero con estos permisos sólo tendremos la misma TV de hoy, digitalizada. Ninguna de las innovaciones mencionadas puede introducirse porque necesitan ley. Además, el escenario que configuran los permisos provisorios tiene la incertidumbre y precariedad propia de dichos permisos, desincentivando la entrada de nuevos actores a la industria porque no ven reglas claras y estables.

Un mal escenario. Un proyecto de ley que se demora y demora, y un conjunto de permisos provisorios que se prolongan tanto como esa demora. Esto nos encamina a una TV digital que es un pálido reflejo de lo que podría ser.

La alternativa es clara. Que los colegisladores se apuren y saquen de una todo el proyecto. O que el proyecto se divida en dos: una ley “corta”, de rápido despacho, para el nuevo mecanismo de concesiones, y otra “larga” para discutir con más tiempo las demás materias.

Lo último parece lo más sensato y realista. Dividir para reinar. Para reinar sobre la posibilidad de que la historia se repita.