«Los 80»
Francisco Aravena / Wiken / ¿Y ahora qué? / El aplauso y los elogios son unánimes y la razón es evidente: «Los 80» es, por lejos, la mejor serie de la televisión chilena, y quedará para los historiadores del medio determinar, con perspectiva, qué tan alto ranquea en la lista histórica (cuesta pensar en algo mejor). En su tercera temporada, los responsables de la serie escrita por Rodrigo Cuevas, dirigida por Boris Quercia y producida por Andrés Wood están dictando cátedra sobre cómo hacer que un producto de calidad siga evolucionando, estableciendo una relación emotiva con su público y llevándola, como en una historia de amor -pido perdón por la cursilería extrema- al siguiente nivel. La temporada partió haciendo noticia con su impactante recreación del terremoto de 1985 -vaya año para recordarlo, este 2010- y en el camino ha reflejado frontalmente episodios difíciles como el caso degollados, sin perder jamás el foco de la historia que está contando: la de la familia de Juan Herrera y Ana López, chilenos atribulados en un país difícil, gente buena, trabajadora y cariñosa, como nos gusta pensar que somos, que fuimos o que podremos ser. Con todo, además, esta tercera temporada ha escalado en su valor como serie de entretención, en gran parte gracias al reflejo del momento cultural a través de Martín, el hijo, en su descubrimiento de la escena musical chilena: con todo lo importante y trascendente de ese álbum, da la impresión de que «La voz de los 80» recién terminó de tener sentido cuando 25 años después alguien logró hacer una serie de televisión a la altura.
Pero, ¿qué pasa ahora? ¿Qué vamos a hacer con «Los 80» aparte de aplaudirla? ¿Qué tiene que pasar para que no estemos hablando de esta serie como un oasis de calidad, una excepción? La historia de la producción de «Los 80» partió accidentada, y es justo decir que de no ser por la determinación de sus creadores -incluido Alberto Gesswein, el productor ejecutivo por parte de Canal 13, que tuvo que lidiar con una dirección poco convencida, en el mejor de los casos, en su propia empresa- y por el financiamiento del CNTV la serie no habría visto la luz. La primera temporada fue un éxito, pero estuvo lejos de ser un negocio. Ahora se están viendo los frutos: ahora la producción hace negocio y puede contar con que podrán hacer al menos una o dos temporadas más (no quieren eternizarla; como su símil español, «Cuéntame cómo pasó», que inspiró la idea inicial y que lleva once temporadas al aire, y sigue sumando) y con que cuentan en el canal con una dirección que entiende el valor de lo que tienen (ahora es más fácil: esta es la temporada más exitosa en cuanto a audiencias). ¿Quién y cómo va a recoger el ejemplo y replicar la manera de hacer televisión de calidad? Esa debería ser una pregunta urgente para quienes hacen y para quienes nos importa la televisión chilena: ¿seguiremos dependiendo de entusiasmos casi quijotescos y subsidios estatales? «Los 80», como la familia Herrera, son un reflejo y un modelo: es lo mejor que podemos hacer en Chile. Es de esperar que no sean una excepción