Manga de risueños

risueñosLeonardo Sanhueza / Las Últimas Noticias / M ediante las cartas de algunos lectores de LUN me entero de que todavía existen los programas televisivos donde los participantes deben responder preguntas de “cultura general”. Sin embargo, a diferencia de otros programas de conocimientos, donde los participantes son verdaderos especialistas en minucias enciclopédicas, estos nuevos programas atacan por el lado del “hombre común”, cuya ignorancia es tal que vale como espectáculo. Al parecer, las preguntas son efectivamente muy sencillas, pero las respuestas son desastrosas. ¿De qué color son los pitufos? Verdes. ¿Qué instrumento tocaba Ringo Starr? Guitarra. ¿Quién escribióEl principito ? Erick Pohlhammer.

El objetivo del show, entonces, ya no es el asombro ante las mentes prodigiosas, sino la risa que producen las cabezas de pollo. La ignorancia ajena, cuando alcanza niveles grotescos, es un viejo tópico del humor. Lo usan todos los payasos y ha sido una fuente inagotable de materiales para la sátira política. Esa forma de hacer reír –cuyo mecanismo es, por lo demás, el mismo de todas las caricaturas: exagerar los defectos– tiene la curiosa virtud, o la perversión, de que no le exige al público la superioridad que supone su risa. El ejemplo más célebre que se puede citar es el chascarro de Carola Zúñiga, cuya confusión de Roberto Bolaño con Chespirito se convirtió en motivo de risa para medio mundo, como si esa manga de risueños hubiera estado en condiciones de dictar una cátedra.

Por otro lado, en un país que prácticamente no sabe leer, es lógico que la máxima expresión de la cultura sean los coleccionistas de datos, toda esa acumulación inútil e incluso su ostentación. De hecho, las figuras “culturales” más vistosas de los medios son los “profesores”, esos tipos ultramodulados y averiguadores, cuyo espectáculo consiste en vaciar camionadas de datos curiosos y menudencias lexicográficas, reglas y más reglas cuyo dominio pareciera ser materia de cabezas sobrehumanas. Raramente un “sabio” televisivo estará parado en su inteligencia o en su punto de vista, porque la cultura en televisión sigue siendo una exhibición de mateos y acumuladores de un conocimiento inasible para las masas.

Por lo mismo, a veces surgen policías culturales que basan su prepotencia en su cargamento de datos, no en la artesanía o en el oficio con que los usan. Los censores del lenguaje, por ejemplo, siempre están acudiendo al diccionario de la RAE para ver si tal palabra existe o si tal otra se dice así o asá. Antes de cultivar o escudriñar la lengua, lo que les interesa es que se cumplan reglas de un presumible carácter superior, en este caso las de la RAE. Un famoso periodista deportivo decía el otro día en Twitter que la palabra “cúlmine” no existía, porque según la RAE la palabra es “culminante”. Más papista que el papa, ese profesional del lenguaje no se tomó la molestia de averiguar que existen los americanismos y que tarde o temprano se ve si esas palabras “inexistentes” perduran y pasan al ámbito panhispánico. La palabra “huevón”, sin ir más lejos, hasta hace poco no existía según la RAE, aunque nosotros crecimos a su lado, a veces de manera palpable.