Revista «La Bicicleta» 30 años después: pedaleo libre

 
LND-Desde el papel crearon una civilización de lectores bajo la mirada oscura de Pinochet. Sustentada en el movimiento cultural universitario y en sensibilidades artísticas y libertarias, fue un medio de transporte de ideas luminosas en épocas oscuras. Aquí sus creadores recuerdan cómo descubrieron a Silvio Rodríguez, la polémica por el premio literario a Mariana Callejas y las veces que se les salió la cadena.

Por Claudio Pereda-Madrid / La Nación Domingo
Revista «La Bicicleta», 30 años después

«El director no comparte necesariamente las opiniones del subdirector, ni éste las de aquél, ni ambos las del jefe de redacción, y viceversa; ni los tres las opiniones de otros redactores; secretarias, impresores, diagramadores y gerentes, ni todos éstos las de aquéllos, porque aquí pensamos todos distinto. Aunque no necesariamente».

Así se leía en cada una de las ediciones de la hoy mítica revista «La Bicicleta», que este mes cumple exactos 30 años desde que editó su primer número. El espíritu planteado en esa frase, ilustrada con una bicicleta doble en la que dos ciclistas se esfuerzan por avanzar y por decir lo que dicen, es un excelente resumen de lo que fueron los casi diez años que duró la publicación.

Surgida desde la actividad cultural universitaria de los primeros años posgolpe militar, la revista tomó rápidamente un pedaleo independiente de lo que pensaron sus fundadores y se transformó en un vehículo con recorrido propio, diverso, mezclado y potente. Su nacimiento y desarrollo habla de un período hasta ahora poco estudiado, y hasta políticamente algo subvalorado, referido a los complejos y traumáticos años que van entre 1975 y 1980.

Si bien se trata del tiempo de plena estructuración de la dictadura, con los reconocidos márgenes de persecución y miedo con que la sociedad chilena es atacada, también es un período muy fuerte en las universidades, en que la militancia política proscrita e ilegal se transforma en actividad cultural disidente y activa.

«Son cinco años en que en condiciones muy precarias se construye una potente red cultural en este ámbito, que va enfrentando el miedo y la desconfianza, constituyéndose en la base que permite el nacimiento de la revista», comenta hoy el permanente director de «La Bicicleta», Eduardo Yentzen. Sin la existencia de ese trabajo, centrado particularmente en las universidades de Chile y Católica, pero que también se produjo en regiones, «resulta impensable el movimiento estudiantil que aparece en los ochenta. A través de la cultura se logra una comunicación entre lo estudiantil y los otros sectores sociales, hasta, finalmente, llegar a lo político», reflexiona.
EXPRESIÓN CULTURAL

Cuando en el año 1978 el régimen militar permite la existencia de nuevos medios de comunicación, la efervescencia cultural en las universidades es fuerte. Se trata aún, por cierto, de una participación en recintos cerrados, todavía no existían las condiciones para la toma de los espacios públicos y abiertos, pero la cultura recogía y expresaba la disidencia.

Fue en marzo de ese año que Yentzen comienza a formar un equipo de jóvenes inquietos, trabajo que llegó a puerto casi cuatro meses después, en septiembre, con el número 1 de la publicación. Si bien Yentzen proviene del mundo político, aclara que cuando se da la posibilidad de crear la revista, inmediatamente se desvincula de esa relación y asume el proyecto como una pura expresión cultural.

«Era el tiempo en que se formaban talleres artísticos, grupos de escritores, gente que hacía teatro, danza y que las instancias que se creaban en la Universidad de Chile se vinculaban con entusiasmo con las que nacían en la Universidad Católica, por lo que superando ese miedo que existía en todos se formó un espacio de participación de arte muy movida», explica quien siempre ocupó el cargo de subdirector, Álvaro Godoy, y quien «nunca» compartió las opiniones del director. Aunque no necesariamente.

Godoy explica que en ese contexto se juntaron para hacer la revista justo los que, gustándoles mucho el movimiento, no eran artistas. «Partimos como un grupo más de esa actividad ebullente, con la diferencia que no hacíamos arte, pero empezamos a hablar de esa movida», explica a LCD. «Había una coordinación muy grande entre las diversas instancias universitarias y se formó algo tan fuerte como una especie de CUT cultural. Hasta el año 1980 buscamos ser muy orgánicos en esa estructura y fuimos un canal de expresión de ese caminar», rubrica Eduardo Yentzen. Hasta que llegó el número 9 de la revista, que cambiaría todo de raíz.
UN CUBANO QUE LA ROMPE

Hasta esa edición, «La Bicicleta» era una revista más bien artesanal, de formato apaisado, con hojas casi de roneo y cuyo tiraje con mucho bordeaba los 500 ejemplares. Hasta que Álvaro Godoy llegó con una papa caliente: un músico cubano que un día escuchó en un grupo universitario y que el tipo realmente se las mandaba. Su nombre era Silvio Rodríguez.

Hasta el número 8 la revista incluía una canción con notas para tocar en guitarra, a lo que se agregaba algún comentario que contextualizaba el tema. Pero en el número 9 tomaron una decisión drástica: harían un reportaje grande al famoso Silvio Rodríguez ese, e incluirían un extenso cancionero con varios de sus temas con notas para guitarra. El éxito sobrepasó cualquier expectativa optimista. De esos 500 ejemplares del tiraje inicial se pasó abrupta y radicalmente a casi 40.000 con las sucesivas reimpresiones que tuvieron que hacer del inquietante número 9.

«Eso nos mostró claramente que allá afuera había mucho más público del que nosotros pensábamos. Lo que hoy se llama target se amplió desde el ámbito cultural al juvenil en general. No sólo del disidente, sino del que coincidía con nuestras inquietudes variadas».

Claro, lo que hoy pudieran lograr el Mp3 o el iPod en la juventud, en los años ochenta lo logró una guitarra y la posibilidad de cantar una canción en grupo.
TEMÁTICAS ECLÉCTICAS

Y «La Bicicleta» se hizo más grande. Tras el éxito del cancionero, el grupo editor compuesto, además, por Antonio de la Fuente, como jefe de redacción tomó la decisión de anclarse en la música y de irse mitad cancionero y mitad cultura. «Surge la idea de ampliar las temáticas y de hacer una revista con varios tópicos, pero basándonos en la música como eje principal», explica Eduardo Yentzen.

Claro, luego de Silvio vinieron los músicos latinoamericanos, los brasileños, los chilenos en el exilio (Inti-Illimani, Quilapayún, Patricio Mans, Ángel Parra, Los Jaivas), impulsaron el Canto Nuevo y después vino la apertura al rock, lo que conllevó otra fase de adaptación. Fueron los primeros en abrirse a Los Prisioneros, a Charly García, a Fito Páez, a hablar de rock pesado, a elaborar reportajes de calidad en torno a grupos como The Clash, Police y Sex Pistols.

Las temáticas también se abrieron con un descaro ecléctico evidente, lo que descolocaba a la matriz clásica de la disidencia de la época. Fueron los primeros en hablar de sicología interior, ecología, pacifismo, sexualidad femenina; todos temas definitivamente mal vistos en esos tiempos. «Fue una amplitud temática que se exacerbó con los años. Formábamos un grupo cuya matriz era la cultura, no la política», cuenta Álvaro Godoy.
UNA REVISTA DE AUTOR

Entre los años 1982 y 1986, «La Bicicleta» se transformó en un vehículo fuerte dentro del mercado editorial. Algunas encuestas de medición de esos tiempos la sitúan como la revista mensual más leída del país, superando a publicaciones internacionales y a las políticas de esos tiempos.

Según relata Eduardo Yentzen, quien prepara un libro con las tres décadas de la revista y que espera publicar a más tardar a comienzos del próximo año, «La Bicicleta» llegó a contar con 60 mil lectores mensuales, con un tiraje promedio que oscilaba entre los cinco mil y diez mil ejemplares, cifras descaballedamante altas para los años de que se habla. Sin embargo, a pesar de ese perfil, la publicación no pudo subsistir y tampoco nunca tuvo publicidad en sus páginas, más que los acuerdos y canjes solidarios muy típicos de la época, con Radio Cooperativa, con la revista «Apsi» o con la revista «Hoy». Pero con el tiraje y el nivel de ventas y lectoría que ostentaban, la revista bien pudo ser un foco atractivo para las agencias. Bueno, en ese punto la cosa no ha cambiado mucho en el país.

Pero la pregunta clave que todo lector hecho y derecho de «La Bicicleta» se pregunta aún hoy, al cumplirse tres largas décadas de la aparición del primer ejemplar de la revista. es por qué dejó de pedalear.

Eduardo Yentzen lo explica con claridad: «‘La Bicicleta’ se financiaba en un 80% por sus propias ventas y un 20% con aportes desde entidades y fundaciones europeas. Ese 20% era el ciento por ciento de nuestros sueldos. Hay un momento en que dichas entidades comienzan a abandonar sus aportes en América Latina y se centran en Europa del Este, empiezan los primeros atisbos de la caída del Muro, y los dineros provenientes de esas instituciones se cortan. Paralelo a eso, nosotros llevábamos ya casi diez años editando la revista; personalmente estuve desde los 25 hasta los 34 años, eso es toda una vida. Y en Chile se empezaba a dar otra realidad, venía el plebiscito, la recuperación democrática; en fin. Todo ese tiempo coincide con el aporte que nosotros consideramos necesario para la sociedad chilena. No hay ningún duelo entre nosotros, la revista muere justito».

Es una idea que, efectivamente, la comparte Álvaro Godoy. «Hicimos lo que podría llamarse una revista de autor. Creo que la revista podía transformar su modelo para recibir publicidad. Si bien no era algo fácil, se pudo haber hecho el intento. El punto fue que no quisimos hacerlo. Fue una década en la que le dedicamos todo nuestro esfuerzo y cariño, pero fue hecha por un grupo de jóvenes que con ella hicieron una creación y no un negocio». Un sueño que se hizo tal y cual lo cantaba Silvio Rodríguez. LCD

 

La nostalgia hoy está en el blog

Bajo el mando de un sociólogo de 41 años que lleva el seudónimo de Mayoneso, «La Bicicleta» se resiste a morir. Desde el ciberespacio y bajo la nomenclatura http://revistalabicicleta.blogspot.com es posible revisar varias de las ediciones completas de la revista, recordar los aciertos de sus artículos y percatarse de, quizá, la mejor de las gracias de la publicación: su capacidad de adelantamiento.

 

El complejo caso de Mariana Callejas

La revista instauró a mediados de los ochenta el Premio Literario La Bicicleta. Para ello reunieron a un jurado externo con nombres como los de Jorge Edwards, Marco Antonio de la Parra y Martín Cerda. Todos coincidieron en que el cuento ganador era «Jess Abraham Jones», pero jamás se pensó la gran sorpresa que traería la apertura del sobre con la identidad del autor. Se trataba de Mariana Callejas, la esposa de Michael Townley, implicados ambos en el asesinato de Orlando Letelier y reconocidos agentes de la DINA. «La situación nos remeció», recuerda Eduardo Yentzen. «Pero luego de un arduo debate concluimos que premiábamos a la obra y no a la persona. Dimos a conocer el resultado y publicamos el cuento ganador. Sustentamos nuestra decisión en un respeto irrestricto a la legalidad del concurso, lo que a la distancia lo puedo ver como una necesidad de diferenciarse moralmente a ultranza de la dictadura y sus atropellos, discriminaciones y exclusiones», cuenta el director de la revista. Álvaro Godoy rubrica: «Estoy muy orgulloso de la decisión que tomamos, porque no podíamos convertirnos en lo que nosotros despreciábamos: los censuradores».

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¿Por qué se llamó «La Bicicleta»?

Lo explica el propio Eduardo Yentzen: «La idea surgió de que sólo nos teníamos a nosotros para reconstruir todo de nuevo, el esfuerzo humano, la suma de todos, uno a uno. Caracterizamos la dictadura como ‘la era de los helicópteros concéntricos’, a partir de un poema de Erick Polhhammer. El nombre trató de buscar un contrapunto entre esas máquinas sofisticadas de guerra y el aparato sencillo a escala humana que implica una bicicleta».

 

Supercifuentes, el chileno medio

Otro de los grandes aciertos de la revista fue la incorporación del cómic Supercifuentes, una creación del genial dibujante Hernán Vidal (Hervi). Supercifuentes era un clásico antihéroe, un peladito de bigotes, muy parecido al chileno medio, al que por más que intentaba, todo le salía mal. Hasta cuando quería convertirse en superhéroe. Ironizando con la época del consumo que empezaba a relucir en los ochenta, el calvo personaje siempre terminaba en la cárcel.