TV digital y bien común
Sergio Godoy / La Tercera / Los proyectos de ley para digitalizar la TV que envió el gobierno al Congreso equivalen a enmendar la ley de ferrocarriles. Quizás EFE podría funcionar mejor, pero sólo parchar esa ley no impedirá que el automóvil y el bus sustituyan al tren. La digitalización en TV equivale al cambio del ferrocarril al automóvil. La gente sigue viajando de Santiago a Valparaíso en un vehículo mecanizado más rápido que una carreta, pero tren y auto son muy diferentes. Del mismo modo, seguiremos viendo noticias, teleseries, películas, shows y comerciales a través de una pantalla llamada «televisor». Pero la tecnología digital permite muchísima más versatilidad que la ofrecida por la «televisión», que hasta hace poco era sinónimo de TV abierta exclusivamente.
En rigor, hay TV digital hace rato. Está el DVD, así como la mayoría de la TV de pago (satelital y por cable). Los canales tradicionales producen casi todo su contenido en digital. ¿Por qué se dice entonces que no hay TV digital aún? Porque los receptores en los cuatro millones de hogares chilenos son analógicos. Para captar TV digital, cada hogar debe adquirir un convertidor a digital (también llamado set top box), o un receptor nuevo. Este recambio puede durar entre ocho y 20 años, y es objeto de cambios legales.
El problema es que una parte importante de esta TV digital está estrangulada por un marco regulatorio pasado de moda, definido en los años 70 y 80. Me refiero a la TV abierta, por mucho tiempo la única televisión que existía. Si bien casi el 100% de los hogares accede a ella, la TV de pago se aproxima al 50% de penetración en las principales ciudades al igual que internet, mientras que alrededor del 90% de los chilenos usa un celular.
Los proyectos de ley para digitalizar la TV que envió el gobierno a tramitar al Congreso equivalen a enmendar la ley de ferrocarriles. Quizás EFE podría funcionar mejor que antes, pero sólo parchar esa ley no impedirá que el automóvil y el bus sustituyan al tren.
A esta propuesta legal le ha faltado una visión convergente que reconozca que la TV ya no es sólo TV abierta, sino también TV de pago (el cable hace tiempo recauda más que todos los canales abiertos juntos, incluso con un tercio de los hogares suscritos), relacionada a internet y las telecomunicaciones fijas y móviles. En la práctica, todas estas «otras» televisiones quedan fuera del ámbito de la reforma legal y se desarrollan de lo más bien solas.
Como no hay visión convergente, sino un intento de parchar leyes antiguas (las del CNTV y de TVN, en concreto), la institucionalidad actual podría quedar obsoleta muy pronto. Entidades creadas hace décadas, como la Subtel, el CNTV, TVN y los canales tradicionales de TV abierta (peligrosamente parecidos a las radios AM de los años 50) corren riesgo vital.
Un darwinista podría argumentar que es mejor así, y que sobreviva el más apto. Pero no está claro que el azar y la inacción regulatoria sean lo más conveniente. La experiencia de países avanzados como Inglaterra o Japón sugiere que la TV del futuro -digital, convergente, multicanal, móvil, portátil, interactiva, de alta definición y diversa- debe igual orientarse según principios de bien común. Los mecanismos para lograrlo, sin embargo, no pueden ser los de 1970: por ejemplo, hoy se requieren incentivos dinámicos para los diversos actores, co-regular para dar flexibilidad operativa y resguardos adecuados al televidente, y entes reguladores convergentes.
Resumo el «bien común» a lograr con dos grandes enunciados: más y mejor TV para los chilenos (más informativa, más interactiva, con más canales, más nítida, con contenidos más interesantes), y más y mejor producción local de contenidos. ¿Serán capaces los diputados de cuadrar el círculo?