La energía liberada por los medios

terremoto grietas calleOBSERVATORIO DE MEDIOS / Vicente Parrini /

«Se alternaron, en general durante las primeras transmisiones, el dato duro y necesario con una sobredosis de testimonios lacrimógenos y una majadería informativa que tuvo, al menos una semana, a medio Chile con los nervios de punta entre réplicas y contra réplicas, anuncios de falsos maremotos, periodistas sobreexcitados que pronuncian cada diez segundos la palabra “dantesco” y los registros de reporteros aficionados que suben, compulsivamente, a la red sus aventuras sísmicas personales grabadas desde un celular».

El terremoto de la madrugada del 27 de febrero  puso a prueba la capacidad de reacción  y la fortaleza  de nuestros sistemas de comunicación. Lo primero que la ciudadanía pudo verificar  después del golpe telúrico, fue el  «black out»  que involucró a la telefonía fija y móvil, Internet y redes sociales, TV abierta y de pago, incluida la radio. Por minutos preciosos volvimos a la Edad de Piedra en plena sociedad de la información, cuando, se supone, estamos más comunicados que nunca. Por fortuna, algunas emisoras empezaron a transmitir rápidamente, como la Cooperativa y  la Bío-Bío, contribuyendo en momentos cruciales a reducir la incertidumbre de miles de compatriotas que esperaban ansiosos algún tipo de información centralizada y creíble. La humilde radio a pilas se transformó, por largo rato,  en el bien más preciado frente a la momentánea inutilidad de los BlackBerry, Twitter, Facebook y el llamado periodismo ciudadano que transita por Internet en condiciones normales.

Apenas pudieron normalizar las transmisiones, los canales de televisión iniciaron el despliegue de sus equipos en el territorio afectado, dando paso a una intensa cobertura que contribuyó a iluminar la dimensión de la tragedia, pero también a exacerbar el caos y a magnificar los desbordes delincuenciales. Se alternaron, en general durante las primeras transmisiones, el dato duro y necesario con una sobredosis de testimonios lacrimógenos y una majadería informativa que tuvo, al menos una semana, a medio Chile con los nervios de punta entre réplicas y contra réplicas, anuncios de falsos maremotos, periodistas sobreexcitados que pronuncian cada diez segundos la palabra “dantesco” y los registros de reporteros aficionados que suben, compulsivamente, a la red sus aventuras sísmicas personales grabadas desde un celular.

Desde el punto de vista de los medios de comunicación, que es lo que nos interesa como Observatorio, pudimos detectar algunos problemas de carácter estructural -como se dirá por un tiempo usando metáforas sísmicas- y otras grietas de importancia en el tratamiento informativo:

terre5De carácter estructural:

Quedó de manifiesto la ausencia de un sistema nacional y público de comunicaciones, o al menos una estrategia alternativa, para comunicarnos en situaciones de esta envergadura, que permita mantener al país unido, informado y cohesionado después de cualquier catástrofe. Desde el ángulo de las telecomunicaciones, nada funcionó a tiempo y hubo faltas imperdonables en cuestiones tan nimias como la carencia de teléfonos satelitales en las oficinas de emergencia, aparatos que pueden ser comprados o arrendados por sumas razonables de dinero en cualquier tienda especializada. Prácticamente toda la información de las primeras horas se canalizó a través de radio Bío-Bío, que, aprovechando sus instalaciones en la zona del desastre, su conocimiento de la región, su red de corresponsales y su dilatada trayectoria informativa en el sur de Chile, pudo cumplir con un rol clave para entregar los primeros antecedentes y dimensionar la magnitud de la catástrofe.

También se hizo evidente la vulnerabilidad de Internet, que en gran medida depende del sistema eléctrico, en combinación con fallas prolongadas y masivas del sistema privado de comunicaciones telefónicas. Desde el día después del terremoto, cuando la red empezó a operar con relativa normalidad, se pudo observar la doble faz de internet. Facilitó, por una parte, la veloz propagación de basura virtual a través de múltiples correos enlazados de origen anónimo, donde se nos advertía de nuevas alarmas de maremoto, saqueos inexistentes, rupturas de embalses de agua que nunca estuvieron en peligro y teorías peregrinas que intentaban relacionar el terremoto con tragedias naturales recientes en otras partes del planeta. Por otra, sirvió como herramienta eficaz para transmitir mensajes de utilidad pública, articular grupos para la búsqueda de personas desaparecidas y entregar datos precisos sobre la reposición de los servicios básicos o los sitios de reparto de alimentos. Un Decálogo Ciudadano para Tiempos de Emergencia, que circula en la red, sugiere a los internautas una cuestión que parece bastante razonable en situaciones de catástrofe: abstenerse de difundir rumores, trascendidos, historias de dudosa procedencia para no producir más alarma en una población que ya está suficientemente aterrorizada con los hechos verificables.

Para suplir en parte estas limitaciones de los medios masivos, podría haber existido una potente red de radios comunitarias de carácter ciudadano, con las condiciones logísticas y de cobertura para transmitir en condiciones excepcionales, de manera de complementar la información de los medios radiofónicos privados y aprovechar su conocimiento de las comunidades de origen que fueron afectadas por el cataclismo. Pero la realidad en nuestro país dista mucho de este ideal. Aún así, a poco andar y sobreponiéndose a la precariedad, algunas emisoras comunitarias como la Lorenzo Arenas de Concepción, Paloma en Talca, La Ventana en La Legua, y otras, pudieron iniciar  sus transmisiones y contribuir a la organización de la ciudadanía y a la difusión de informaciones responsables al interior de las comunidades afectadas.

Se pudo constatar, además, que no existe un sistema de comunicaciones descentralizado que permita tomar decisiones propias a las autoridades de las regiones afectadas en situaciones de catástrofe. Ni siquiera se usó en toda su potencialidad la comunicación a través de los radioaficionados, quizás el único medio de comunicación que pudo funcionar sin interrupciones después de la hecatombe.

rumor 2Una de las consecuencias más graves de este colapso comunicacional de los primeros momentos posteriores al terremoto, fue la lentitud en la toma de decisiones por parte del Ejecutivo, dependiente en gran medida para el anuncio de maremotos de una repartición de la Armada –Shoa- que no fue capaz ni siquiera de enviar un fax medianamente legible a la Oficina Nacional de Emergencias –Onemi- y que no contaba con un operario que entendiera inglés y que fuera capaz de descifrar el llamado de alarma de tsunami realizado desde un centro especializado estadounidense. Situaciones casi tragicómicas, en los organismos encargados de canalizar la información en estados de catástrofe, que incidieron en la pérdida de muchas vidas. La otra consecuencia funesta fue el predominio del rumor en las comunidades sin acceso a información confiable, lo cual generó un estado de sicosis y una marejada de anuncios apocalípticos desde y hacia los lugares del desastre. Al pillaje y los saqueos reales, se sumó la amenaza de supuestas turbas que se apoderarían de todo lo que se cruzara a su paso y la reacción de algunos sectores de la población que fueron presas fáciles del pánico, entre los escombros, sin luz, agua ni alimentos.

La “rata gris del rumor” hizo de las suyas como suele suceder en situaciones de tragedia. Un ejemplo cercano fue el trascendido que circuló, el primer día laboral después del terremoto, anunciando supuestos saqueos en el centro de Santiago, lo que provocó el cierre en cadena de locales comerciales en el sector Patronato y Estación Central y el de algunas empresas que decidieron despachar a sus empleados y suspender las actividades productivas.

Grietas en el tratamiento informativo:terremoto puente

Además de los problemas globales analizados anteriormente, en una visión panorámica de la cobertura realizada por los medios, se pueden detectar algunos problemas en el tratamiento de la información que no contribuyeron precisamente a llevar tranquilidad a la ciudadanía a través de una información confiable, entregada por profesionales que saben mantener la cabeza fría y el corazón caliente en circunstancias excepcionales. En este sentido, se agradeció la presencia en terreno de periodistas curtidos en cobertura de tragedias naturales, como Santiago Pavlovic, de TVN, que al menos no salió arrancando, como la mayoría de sus colegas en Concepción y demás localidades amagadas, al primer anuncio de un maremoto imaginario como sucedió .

Revisemos algunos problemas detectables a simple vista en el tratamiento de la información:

La preocupación por la propiedad privada compitió con el drama humano.

Apenas se restablecieron en parte las comunicaciones,  los medios, y en especial la TV, desplegaron todos sus equipos a la zona del desastre. Compitieron en los días siguientes, en un peligroso equilibrio, las notas sobre el drama humano producto directo del cataclismo y las que abordaron sus coletazos delincuenciales: saqueos a supermercados, empresas y negocios, pillaje, asaltos y otras formas de ruptura del contrato social. Se puso a la misma altura la defensa de la propiedad privada y los tormentos de una población golpeada por la desventura, rodeada de muerte y destrucción. Desde la perspectiva periodística, los saqueadores aparecían  comos seres venidos de otro mundo. Los periodistas enviados a la zona ofrecieron con generosidad el micrófono a grupos de ciudadanos que se sentían amenazados por hordas virtuales dispuestas a apropiarse de lo ajeno. Mostraron hasta la saciedad vecinos armados ridículamente con escopetas a postones y palos de escoba para defenderse de la presunta amenaza.

Testimonios varios concuerdan en que los saqueadores no estaban integrados sólo por el lumpen que aprovecha cualquier oportunidad para hacer su agosto (triunfos o derrotas deportivas, efemérides, fiestas patrias), robar y destruir bienes públicos, sino también por respetables señoras que arrancaban con microondas y tipos de apariencia nada marginal acumulando plasmas en vehículos cuatro por cuatro. Un fenómeno transversal de pillaje consumista, descontando, por supuesto, a quienes tomaron cosas de primera necesidad para alimentar a los suyos. “Un saqueo generalizado de gente de distinta condición social”, como lo resumió el comentarista de Radio Bío-Bío, Tomás Mosciatti. Fue muy tibio, por lo menos en los primeros días de cobertura periodística, el acercamiento de los medios a esta realidad. Amaro Gómez-Pablos, de TVN, intentó interpelar a un joven que huía con algo de ropa desde una multitienda desvalijada. El muchacho se defendió arguyendo “necesidad”. Santiago Pavlovic trató de entablar diálogo con otros saqueadores, pero sólo consiguió evasivas. El enemigo público aparecía difuso, sin rostro y encarnando todos los males: “lo peor de lo nuestro” como se ha repetido hasta el cansancio. Recién ahora están apareciendo en la prensa escrita , en algunos programas de debate en televisión y en diferentes espacios en Internet, análisis más serenos que intentan dilucidar las causas del fenómeno (ver en este sitio web).

terremoto circoMucho testimonio, poco análisis y dato duro, demasiada cháchara.

Los reporteros en terreno compitieron por obtener testimonios desgarradores junto a notas “esperanzadoras” para compensar tanta calamidad: rindieron testimonio ciudadanos que se salvaron por un pelo, otros que vieron morir a sus parientes y amigos, personas que vivieron situaciones atroces, héroes anónimos que salvaron a un perro de las fauces del mar o a su abuelita desde los adobes derrumbados, chilenos solidarios empaquetando víveres o retirando escombros, militares abnegados realizando cadenas humanas para hacer llegar ayuda a los damnificados. Se intercalan notas de auténtica humanidad y poder emotivo con otras ramplonas hilvanadas por periodistas que le preguntan a la gente algo tan obvio cómo “qué se siente después de ver desaparecer a un ser querido”. Desde los estudios centrales, en la capital, los animadores de turno entrevistan a sicólogos que se refieren a cómo manejar el trauma post terremoto, a ingenieros calculistas que nos ayudan a diferenciar entre una falla simple y otras estructural, a expertos en seguros recordándonos nuestras derechos ante las compañías que administran el riesgo. Kike Morandé nos invita a orar, desde Megavisión, y aprovecha la hora de incidentes para reflexionar sobre el significado divino de la caída de muchas iglesias. Los conductores de SQP nos recuerdan que somos todos chilenos con una larga historia de solidaridad, etc., etc. En Canal 13, desde alguna de las tantas caletas amagadas, nos presentan un enlace en directo con Soledad Onetto, del canal católico, quién guardó los trajes de gala del festival para desempolvar sus tenidas invernales de Valle Nevado y despachar, con su peinado impecable, notas humanas desde los sitios de la tragedia.

 Metamorfosis de la opinología nacional. Diluvio de metáforas gastadas. Horror al silencio y la pausa informativa.

La lengua habitualmente viperina de los opinólogos se vuelve piadosa a raíz del contacto en directo con la terrorífica realidad posterior al terremoto y tsunami. Algunos lucen caras compungidas después de haber estado en alguna caleta sureña golpeada por el maremoto. Realizan los despachos con barbas a medio crecer, camisas arrugadas y sin bañarse, según propia confesión, para darle un golpe de autenticidad al relato.

En los canales, durante la programación especial, se arman paneles multitudinarios donde se opina sobre esto y aquello, se divaga sobre las lecciones humanas que nos deja la tragedia y los famosos de la TV se arrepienten de haber sido exitistas, superficiales,  trepadores. Un líder rockero, en Televisión Nacional,  nos recuerda la cercanía del año 2012 y su carga de presagios mayas. En un contacto en directo, Isabel Allende se muestra emocionada por la solidaridad desplegada a medida que han pasado los días. Se queja por esos compatriotas que andan de compras en Nueva York mientras el país se levanta  a duras penas. Lo superfluo se alterna con reflexiones lúcidas e información pertinente.

Saturación de informaciones dramáticas, ausencia de reposo en la programación que genere un poco de calma a la ciudadanía.

Abruma la catarata informativa con las mismas imágenes repetidas una y otra vez del país en el suelo. Cada réplica, por mínima que sea, es informada con su correspondiente magnitud y energía liberada. Se multiplican los balances de sismólogos que se pasean entre los diferentes canales y parecen venir llegando, con las últimas novedades, desde las mismas profundidades de la tierra. Un experto en seguridad nos advierte que el marco de la puerta no es el lugar más seguro para refugiarse en caso de terremoto y sí lo sería el llamado “triángulo de la vida” en el vértice donde colindan dos construcciones. Nunca se termina de aprender con este tipo de programas. Canal 24 horas, de TVN, matiza un poco al presentar un reportaje que compara bucólicas imágenes de archivo de las caletas y balnearios golpeados por el maremoto con el estado actual de esos lugares. El paraíso y el infierno.

Periodistas novatos sobreexcitados con el drama.

Proliferan los comunicadores improvisados que juzgan los desbordes y el pillaje como novatos enfrentados porterremoto niños mirando autos primera vez a situaciones límites. La mayoría es incapaz de hacer una referencia histórica a nuestras tragedias telúricas. También son víctimas de nuestra memoria de plomo que nos hace olvidar las lecciones de una tierra pródiga en desastres: el terremoto y maremoto del 60, el que destruyó Chillán el 39, el  de Valparaíso en 1906, los saqueos de entonces, la implacable ley marcial impuesta para diezmar a los saqueadores… Si hay algo en lo que tenemos experiencia los chilenos es en desastres, pero esa fortaleza no aparece en el relato periodístico.

Ausencia de análisis y contextualización.

Se juzga y se busca, presurosamente, a los culpables de todos los males.Los generales que suelen pulular después de las batallas escarban en la responsabiliudades políticas. Por ejemplo, la alcaldesa de Concepción, y futura intendenta de la Región, reacciona como una dueña de casa alterada y sin ninguna compostura frente a “la ausencia de liderazgo”. Tiene todo el tiempo del mundo en los medios para denostar a las autoridades de turno, exigir mano dura y todos los estados de excepción imaginables para los malhechores que amenazan a la ciudadanía honrada. Los medios le ofrecen el micrófono sin cuestionamientos y legitiman con su silencio el diagnóstico de la médico siquiatra de apellido impronunciable.

terremoto puenteEn síntesis, los medios de comunicación fueron grandes protagonistas de la catástrofe para bien y para mal. Permitieron, por una parte, hacer visible un drama antes de que las propias autoridades llegaran a terreno, pero también contribuyeron a amplificar ciertas conductas antisociales y potenciaron el efecto multiplicador de esos actos. Así como emergió lo mejor y lo peor del alma nacional, el saqueo y la solidaridad, el pillaje y la ayuda al vecino, la indiferencia y la caridad, también los medios mostraron su lado más luminoso y más oscuro: la veracidad y la especulación, la emoción auténtica de ciertos periodistas con la sensiblería de opinólogos reconvertidos, la serenidad y el temple de los verdaderos profesionales con la improvisación, la neurosis y la falsedad de los advenedizos.

Los medios pueden aprender de esta experiencia. Así como nos resulta sorprendente que una oficina de emergencias no tenga un plan alternativo en caso de colapso comunicacional, tampoco parece prudente que los medios carezcan de una suerte de Manual de Procedimientos, donde se explique la importancia crucial que tienen  en situaciones de tragedia y la responsabilidad del periodista en la selección de las imágenes que muestra, en la veracidad de las informaciones que difunde, en las preguntas que hace o que deja de hacer, en los adjetivos que utiliza y en los juicios que, de manera directa o indirecta, emite desde el lugar de los hechos.