De profesión periodista
Ernesto Aguila / La Tercera / Hay profesiones de las que se habla mucho públicamente, mientras que otras permanecen en una relativa penumbra. Un ejemplo de lo primero es la profesión docente: no solo es objeto de una permanente deliberación, sino que, dadas sus implicancias sociales, se argumenta, probablemente con razón, que debe someterse a evaluaciones públicas y periódicas. Es difícil imaginar otras profesiones aceptando ser evaluadas de igual forma.
Por otra parte, hay profesiones hegemónicas y otras subalternas. Con la industrialización fue el tiempo de los ingenieros; luego vino el momento de los abogados; los sociólogos tuvieron su minuto de gloria en los 60. Hoy dominan sin contrapesos los ingenieros comerciales. A pesar de las sucesivas crisis económicas, y de recurrentes fallas en las predicciones, el poder y prestigio de los «economistas» no terminan de eclipsar.
Los médicos han perdido poder producto de la masificación de su formación, pero sigue siendo una profesión que funciona con altos grados de autonomía: nadie interviene ni se inmiscuye demasiado en la manera en que ejercen profesionalmente.
¿Y los periodistas? ¿Quiénes son? ¿Qué se espera que hagan? ¿Cuál es el grado de autonomía con que ejercen su profesión? A propósito de la cobertura y tratamiento que se ha dado a ciertas noticias este año, como el rescate de los 33 mineros, la violenta muerte de 81 presos en el incendio de la cárcel de San Miguel o la huelga de hambre mapuche, la opinión pública ha puesto sus ojos sobre los medios de comunicación y ha balbuceado algunas críticas: la transformación de todo hecho bajo un formato de espectáculo, la dictadura del rating, la homogeneidad de las miradas. El foco, sin embargo, ha estado más puesto en los medios que en el ejercicio del periodismo como profesión.
Durante la campaña presidencial se supo de un periodista que no aceptó entrevistar a un candidato porque se le exigía no hacer determinadas preguntas. Bien por ese periodista, pero ¿qué tan extendidas son las «entrevistas pactadas»? No se sabe. También se podría citar la matonesca y torpe actitud de un dirigente político que, no percatándose de que seguía «al aire», increpó a un periodista porque no le gustó la entrevista que le hicieron y lo amenazó con que no le volvería a dar nunca más una «exclusiva».
Por otro lado, resulta un poco intrigante saber si los periodistas que leen las noticias televisivas participan también de su elaboración, si comparten la pauta y redacción de las noticias que les toca leer o simplemente leen. ¿Puede un periodista leer noticias cuya veracidad y objetividad no comparte o que le generen razonables dudas? ¿O irse tranquilo para la casa sabiendo que una noticia relevante ha sido omitida?
También valdría la pena preguntarse por la autonomía profesional de los periodistas dentro de un medio de comunicación. Nadie le diría a un médico, cualquiera sea su contexto laboral, cómo debería operar de apendicitis, o a un académico con «libertad de cátedra» qué enseñar. ¿Debieran los periodistas aspirar a cuotas de autonomía profesional semejantes?
Sería todo un aporte que los propios periodistas hablaran más de su profesión, de cómo está funcionando el «periodismo real» en Chile. Que explicaran públicamente cómo entienden su tarea, cuál podría ser una suerte de «juramento hipocrático» entre el periodismo y la ciudadanía. Ello abriría un nuevo ángulo a ese recurrente y siempre inacabado debate sobre medios de comunicación y democracia.