El lastre de TVN
Diego Moulian M. / Mister TV / LND / Más allá de la situación personal de Sabatini, a mi juicio el autofinanciamiento total y absoluto es un lastre estructural para TVN, que lo obliga a una lucha sin cuartel para sobrevivir en un mercado cada vez más competitivo y banal.
El sábado de la semana pasada decidí prender la televisión cerca de la medianoche, algo que no suelo hacer. Venía de vuelta de una opípara comida y no podía conciliar el sueño. Quería ver una película sin importancia, alguna producción gringa de bajo presupuesto que actuara como un sedante y me permitiera caer lentamente en los brazos de Morfeo. Luego de hacer zapping durante un rato, para mi sorpresa encontré en la señal de TVN uno de los mejores documentales que he visto en el último tiempo: «El terrón de azúcar», de Camila Guzmán, directora nacida en Chile pero que vivió toda su infancia y juventud en Cuba. El filme recoge la mirada nostálgica y personal de la autora respecto de su vida y la de toda su generación en la isla durante las décadas de los setenta y ochenta, los «años dorados de la revolución», cuando la lucha por la supervivencia no agobiaba a los cubanos y el Estado era todavía un vigoroso ente protector y proveedor. Ese mundo ideal es contrastado con un presente donde las utopías se han desvanecido en medio de carencias materiales, la desigualdad social creciente, y una generalizada sensación de malestar y decepción. Se trata de un relato sobre el paraíso perdido de la niñez y la adolescencia, pero también de un juicio político sobre los claroscuros de la Cuba de hoy. Cuando terminó el documental, alrededor de la 1:30 de la madrugada, intenté seguir viendo TV. Canal 7 ofrecía un capítulo de «Una nueva belleza», el programa de entrevistas de Cristián Warnken, pero a esa altura de la noche los ojos se me cerraban solos, y decidí ir a acostarme.
«TVN es el responsable de más del 40% de la programación cultural de toda la televisión abierta del país», señalaba complacido Vicente Sabatini en una columna publicada en un diario de la plaza en noviembre del año pasado. Di con ella cuando me informaba sobre los entretelones de la decisión que remeció a la industria de la TV durante esta semana: la salida de la red estatal del marido de Claudia Di Girolamo y otros importantes ejecutivos. No pongo en duda el dato estadístico entregado por Sabatini, pero después de mi inusual experiencia televisiva nocturna, no puedo dejar de preguntarme: ¿a esa hora se transmite la vasta programación cultural de la red pública? Si para acceder a ella hay que recluirse en la casa los sábados en la noche, creo que no hay razones para sentirse tan satisfecho; los contenidos de calidad quedan sólo para los insomnes o quienes padecen de fobia social y no participan de fiestas ni carretes de fin de semana. Desde un tiempo a esta parte, eso es lo que sucede con TVN. Espacios como «La hora 25», «Una nueva belleza» o la serie «Realizadores chilenos», dentro de la cual se emitió «El terrón de azúcar», aparecen a horas inverosímiles. Hace años atrás, en cambio, «El mirador», «El show de los libros», «Los patiperros», «Cine video» y otros programas de este tipo salían al aire en horario prime, que es cuando la gran mayoría de la gente mira TV.
Sin embargo, por sobre ese fenómeno en particular, la caída del «hombre fuerte» de la señal pública como lo ha denominado la prensa da pie para un debate más sustancial: ¿contribuye la obligación de autofinanciarse al rol social de TVN? En la columna ya reseñada, Sabatini alababa el hecho de que el canal estatal no reciba aportes fiscales directos, señalando que éste es uno de los principales atributos del modelo chileno de televisión pública, que según él es único en el mundo y constituye un logro de la transición democrática del cual enorgullecerse. Chile cuenta explicaba con «un canal del Estado, autónomo, diverso e independiente; con misión y que contribuye a reforzar la identidad nacional y a unir al país. Es tan grande el éxito de la televisión pública que nos hemos acostumbrado a algo impensable en otros países: TVN es el canal líder de la TV chilena».
No sé si Sabatini suscribiría hoy ese diagnóstico tan alentador. Durante este año la estación estatal ha sumado varios fracasos de rating y ya no es primera en audiencia. Según algunos medios de prensa aunque no me consta que así haya sido el descenso sostenido del caprichoso people meter le costó su salida. Pero, más allá de esta situación personal, a mi juicio el autofinanciamiento total y absoluto es un lastre estructural para TVN. Lo obliga a una lucha sin cuartel para sobrevivir en un mercado cada vez más competitivo y banal, donde predominan los petos, falditas cortas y pechugas operadas de los programas juveniles, la farándula sin compasión, los realities y sus famosillos desequilibrados, la crónica roja y su explotación de los miedos más primarios de los telespectadores. Es muy difícil que un canal que opera bajo el dominio de lógicas de rentabilidad comercial pueda efectivamente convertirse en la casa de todos lo chilenos, como lo reconoce el Consejo Nacional de Televisión en un estudio de 2008 sobre diversidad y pluralismo a nivel nacional e internacional. «A pesar de la existencia de regulaciones específicas y detalladas respecto de diversidad en televisión, la tendencia hacia la liberalización de los mercados tiende a dificultar dicho objetivo». En muchos casos, la normativa legal señala el informe «va aparejada de financiamiento estatal parcial o total de algunos canales. Es mediante este sistema de doble financiamiento que se ha permitido la construcción de una programación más inclusiva socialmente». Esta discusión, como muchas otras, está pendiente en el Chile actual, donde los documentales de calidad se transmiten a la hora de los vampiros. //LND