La cultura de la basura

crítica tvJuan Costeau / La Nación Domingo / Bajo el agua / Pudo ser un acto de desesperación o un acto reflejo para generar dinero fácil. Pero desde que TVN anunció su reality «Pelotón», cayó en un profundo abismo de publicidad engañosa para enganchar a la audiencia. Días antes de su inicio y, en sucesivas tandas comerciales, promocionaban a Carla Ochoa como «modelo y escritora», a María Eugenia Larraín como «ingeniera» y remataban con un eslogan del espacio, a todas luces, dudoso: «La fama está en juego».

Porque en el universo de los brillantes ideólogos de «Pelotón», estos tipos representan un bien valorado y respetado por la ciudadanía: la fama. Repasemos algunos nombres de estos famosos: Pablo Schilling, Cristián Vidal, Mario Larraín -el hermano «arquitecto» de María Eugenia-, Óscar Garcés, Isabel Fernández, Francoise Perrot y una catarata de personajes intrascendentes que, más que consumar su permanente estado de gracia ante el público, aceptaron participar para no tener problemas económicos a cada fin de mes.

Dentro de esa lógica, el arranque de «Pelotón» fue para disfrutar. Con una introducción a la usanza estadounidense, cada uno de los reclutas llegó a un hotel -donde los esperaban decenas de supuestos fans- en limusinas. Sin quererlo, esos segundos de presentación fueron la perfecta síntesis para mostrar las miserias humanas de cada uno de los protagonistas. Juan Cristóbal Foxley, un exponente de la decadencia como pocos, pidiendo «una suite presidencial»; María Eugenia Larraín apareciendo con un perro gigante -como si fuera una incipiente Brigitte Bardot local- y despidiéndolo de besos, mientras la cámara quedaba fija en el perro que sólo movía su cola. O la misma Carla Ochoa que, apenas dio unos pasos, fue acribillada con chistes sexuales que sólo atinaba a responder con una tímida sonrisa.

Tras ese peak de fortuita entretención, los capítulos de «Pelotón» fueron para bostezar. Enganchar en la órbita de este programa se reduce a hechos tan básicos como mirar cómo se duchan -siempre con bikinis las mujeres y con shorts, los hombres- bajo una música de película softcore; a observar al instructor con un colaless en la mano y gritar para saber quién es la dueña; a escuchar diálogos entre Ochoa y Miguelo en que hablan por enésima vez de la época en que la modelo era novia de Miguel Piñera o sacar lágrimas de Angie Alvarado, la hija de la Geisha, cuando recuerda a su mamá.

Más allá de este carrusel de historias tan prefabricadas como vacías, volver a exhibir competencias militares como ejemplo de perseverancia y superación personal pone otro punto de interrogación. ¿Cuál es el mérito de aquello? ¿Dónde está la gracia? Lo más triste es que esta millonaria apuesta de TVN donde se incendian autos, se lanzan tipos a una piscina a las 7 de la mañana y por cada cinco minutos aparecen cuarenta flexiones de brazos es lo más creativo para captar a la gran audiencia. Guardo silencio y me quedo con una frase dicha el jueves por María Eugenia Larraín: «He demostrado quien soy. Hay gente que me quiere mucho porque nunca me he dado por vencida. Porque tengo fortaleza interior y sabiduría». ¿Por qué tenemos que comernos tanto patetismo? Más que nunca, TVN nos sigue engañando cuando se autopromociona como lo que hace rato no es: una mejor TV. //lnd