La tropicalización de la teleserie chilena

infiltradasFrancisco Aravena /Wiken /  Si existiera un Sernac de la televisión que recogiera las quejas de los espectadores que sienten que un programa no cumple con lo que había prometido, sería difícil que recibiera reclamos de quienes han visto «Infiltradas», la nueva teleserie nocturna de Chilevisión: desde las primeras descripciones en la prensa hasta la publicidad gráfica que anticipaba el debut dejaban claro que el mismo equipo que el año pasado nos había traído «Mujeres de lujo» -un grupo de prostitutas involucradas en una organización de mafiosos; una de las cuales lucha por recuperar a la guagua que le robaron- nos traería algo similar, pero con más pistolas. Un capítulo bastó para confirmarlo: es sobre un grupo de mujeres detectives infiltradas para investigar una organización mafiosa, mientras otra lucha por recuperar la guagua que le robaron. La gran diferencia es que acá hay más balazos y efectos especiales. Es justamente el departamento de producción del área dramática el que debería felicitarse por haber elevado sus estándares. Quizás también los encargados de la edición e incluso su director Patricio González podrían unirse a los festejos y hacer un brindis por la evolución, no de la especie, pero sí de su propio grupo.

Con el material original, el guión, sin embargo, cuesta determinar si estamos asistiendo a una persistencia y una búsqueda casi autoral por utilizar los recursos y métodos más clásicos de las teleseries caribeñas más irrisorias, o si estamos simplemente frente a la reiteración de una fórmula disfrazada de búsqueda, de homenaje kitsch o de lo que sea. En cualquier caso, lo que se pone en pantalla es una colección de frases donde cuesta encontrar verdad, donde los conflictos son presentados de manera majadera y burda (al lado de esto, Carlos Pinto es un maestro de la insinuación) con algunos toques que lo emparentan con la parodia (aunque en algunos casos esté disfrazada de homenaje).

En el elenco destaca el esfuerzo que hace Katty Kowaleczko en un rol siempre difícil porque es doble: es a la vez Atenea y Minerva, la gemela buena y la gemela mala, que es su peor enemiga, y tratar de hacer eso sin reírse debe ser desafiante. Destaca también la irrupción de Maite Rodríguez, la hija de Carolina Arregui que ha resultado ser una bomba sexy que darían ganas de ignorar por obvia pero que resulta difícil dejar de admirar (y que de paso nos tira el carnet en la cara a todos los que crecimos enamorados de Nice). Pero en general es difícil criticar a los actores y actrices cuando los textos que deben proferir son de este nivel. Quizás si nos ponemos de acuerdo en que esto no es más que un divertimento de verano, una excusa para mirar mujeres, mirar pistolas y reírse de buena gana recordando otras parodias como «Una casa sin marido» -inolvidable producción del «Jappening con Ja»-, en fin, un lugar en la pantalla donde la galería de mafiosos cachondos, malos, locos (mi favorito es el psiquiatra sádico que tiene el tatuaje nazi en su espalda) y lumpen drogadicto de gatillo fácil están ahí simplemente para diversión estival, nadie pueda darse por engañado. En entrevistas, parte del equipo se ha felicitado destacando que «Infiltradas» parece de otro país y es cierto, podría ser venezolana o incluso mexicana, de esas de las que nos reíamos. En teleseries, sin embargo, uno prefiere «the chilean way».