Mejor ni pensar
Vicente Montañés / LUN / “¿Sabes?, queremos hacer un diario menos intelectual”, me dijo el nuevo director de un matutino de esta capital. Es un periódico que, por artes de la actual política gubernamental, quiere adaptarse a nuevos tiempos del financiamiento precario (entre otras cortapisas mucho más –valga la coincidencia– intelectuales). Las circunstancias del diálogo son aquí irrelevantes, pero al oírlo sentí que el adjetivo –“intelectual”– se clavaba en mi frente como un dardo de ballesta: durísimo y letal. Me abrió la mollera a la realidad de la vida. Por la grandísima: ¿acaso al chileno medio que lee los diarios no le gusta pensar? A esto hay que darle una vuelta, me dije media hora más tarde ante una cerveza solitaria. Andaba intelectualmente distraído. Miré unos titulares, sopesando qué tienen en común, más allá de lo evidente, las huelgas de hambre en Cuba y la de los mapuches del sur de Chile, de la que sabemos bastante menos de la cuenta.
¿Es el de los mapuches un asunto intelectual? El escritor ruso Aleksandr Solzhenitsyn se refería a los ingenieros de su país, creo que en Archipiélago Gulag , como “intelectuales”. Lo decía casi con ternura. Como el poeta Mandelshtam (como muchísimos otros), esos ingenieros eran mal vistos por el pésimo ojo de Stalin, que cerró sobre ellos un párpado de acero –como su nombre– para no ver la cara de la diferencia. “Intelectual” era en ese contexto un calificativo peligroso, y los ingenieros… Di un golpe en la mesa: un ingeniero es un intelectual, claro que sí. Las ideas se ponían espesas, intelectualmente hablando. Los que dirigen el maquineado rescate de los treinta y tres mineros son, por lo tanto, intelectuales de tomo y lomo. También deben serlo los ingenieros de imagen que tal vez pautean la relación mediática del presidente con la magna tarea de sacarlos vivos y sanos. Él, por su parte, es un poeta, pues juega con las palabras, mostrándonos el lado B de la realidad en un creativo marepoto de metáforas: suele hablarnos del futuro, metáfora de un bienestar que es esquivo en el áspero presente. El futuro es un eterno plan B: llegará cuando nos demos cuenta de que el aquí y el ahora no nos gustan.
Poetas e ingenieros, políticos y disidentes: intelectuales todos, parece. En un verso “político”, el español Gabriel Celaya (eran los suyos unos tiempos de muy franco oscurantismo) decía sentirse “un ingeniero del verso”, pero también, con alguna incongruencia curricular, “un obrero” que trabajaba a su país en los aceros. La cerveza agarraba un sabor metálico y el local giraba a mi alrededor: ¿qué decir, entonces, del autor “intelectual” de un crimen? Me vino a la cabeza esa señora a quien llaman “la Quintrala” en diarios para nada intelectuales, como éste que ustedes leen. Y luego la otra, la Quintrala televisiva, desanimadora nocturna y pasosa (adjetivo que deriva de “pasa”, como intelectual de intelecto). ¿Son ellas, cada una en su campo de acción, ingenieras metafóricas o intelectuales a secas?
Para Celaya la poesía era “un arma cargada de futuro”. El futuro tiene, según lo diga uno u otro filósofo, mucha o ninguna sustancia existencial. En la calle oscurecía. Opté por el corto plazo: al seco la cerveza ya sin gas.