TV digital en Chile: un guión por escribir

En el número especial de revista Análisis – uno de los baluartes de la prensa de oposición en tiempos de la dictadura, hoy reeditada, una vez al año, bajo la coordinación de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Humanismo Cristiano- aparece un artículo sobre la futura televisión digital, escrito por la periodista Sohad Houssein. En el texto se revisan las consecuencias que ese cambio tecnológico puede tener en la calidad, diversidad y democratización de la televisión chilena y los alcances, en ese sentido, del proyecto de ley enviado por el Ejecutivo al Parlamento para el tránsito del sistema analógico al digital terrestre. Entre las personas entrevistadas, figuran expertos en el tema como Sergio Godoy, doctor en comunicaciones de la Universidad Católica y la periodista, doctora en sociología y directora de nuestro Observatorio, Manuela Gumucio.
Lea a continuación el artículo:

TV digital en Chile
UN GUION POR ESCRIBIR

Estamos al borde de una revolución. Un hito que podría tener enormes repercusiones sociales, culturales, económicas y políticas.

Por Sohad Houssein Tabja
Hay quienes comparan el impacto de esta nueva tecnología con el cambio entre la carreta y el ferrocarril o con la masificación del automóvil.
Los cambios técnicos que se producirán con la digitalización de la televisión permitirán multiplicar la cantidad de canales que se pueden emitir por frecuencia, ya que al ser digitales ocuparán menos ancho de banda en el espectro radioeléctrico También será posible ver televisión de alta definición o con una calidad de imagen parecida a la de los actuales DVD o mejor.
Con esta nueva tecnología se podrán además incorporar herramientas de interactividad, que hasta ahora estaban reservadas a Internet, y aumentar la capacidad de este medio para llegar a las personas a través de aparatos receptores móviles, como los teléfonos celulares. Igualmente, abrirá una gran gama de nuevas oportunidades de negocios para los concesionarios de las señales.
Hasta ahí los datos duros. Pero, ¿por qué a estos avances tecnológicos se les atribuyen atisbos de revolución?
«La televisión es la única tecnología, junto con la radio, que llega prácticamente al cien por ciento de los hogares. La percepción de realidad se forma abrumadoramente a través de la televisión y es la mayor alternativa de esparcimiento de la gente más pobre», explica Sergio Godoy, doctor en comunicaciones y experto en televisión digital.

Diversidad y pluralismo

La gratuidad y el fácil acceso a ella la convierten en el medio de comunicación por excelencia de los chilenos. Según datos de la Subsecretaría de Telecomunicaciones, el 66,5 por ciento de los hogares chilenos sólo ve televisión abierta, cifra que aumenta a un 91,3 por ciento en las familias de menores recursos económicos.

Asimismo, según Godoy, es una de las pocas experiencias colectivas que van quedando en el Chile actual. Para el académico de la Pontificia Universidad Católica, la televisión ha reemplazado a la plaza pública en su rol de generar una instancia grupal de conversación y opinión acerca de un tema en común, que en este caso sería un programa televisivo, contribuyendo a la sensación de pertenencia de las personas a una comunidad.

Aunque eso no significa que los telespectadores nacionales estén totalmente conformes con lo que ven. De acuerdo a la Sexta Encuesta Nacional de TV, realizada por el Consejo Nacional de Televisión (CNTV) en 2008, los medios mejor evaluados fueron la radio y la televisión por cable o satelital, debido a su mayor oferta programática. El nivel de satisfacción de la audiencia con la TV abierta fue de un 46,1 por ciento, frente al 69,2 por ciento que obtuvo la de suscripción.

El clamor popular en esta revolución pareciera demandar, a punta de zapping, por más canales, mejores contenidos, mayor diversidad, por verse reflejados en un medio que debiera serles propio, en definitiva, por lo que Godoy califica como los principales objetivos que debiera cumplir esta nueva tecnología: «Más y mejor televisión, y más y mejor producción local de contenidos».

La disponibilidad de más canales podría generar un cambio sustantivo en el ordenamiento del actual sistema de medios en Chile, dándole acceso al derecho a la comunicación a grupos que hasta ahora permanecen relativamente silenciados o simplemente invisibilizados. La llegada de la televisión digital terrestre podría favorecer un proceso democratizador de la comunicación en Chile.

«Seguimos estando en una democracia con una pata coja porque las democracias requieren de una confrontación de opiniones, de un tipo de información que permita la participación ciudadana, que permita la formación de opinión con un abanico de puntos de vista e información diferentes», afirma Manuela Gumucio, doctora en sociología de la comunicación y directora del Observatorio de Medios Fucatel.
Las opciones tecnológicas que ofrece la digitalización permiten ser optimistas. Obviamente que se podría generar un cambio profundo en términos de más pluralidad y diversidad de los mensajes emitidos por los medios nacionales, a la vez que aumentaría la injerencia de los propios espectadores en la programación de los canales por medio de la interactividad.
«Con la televisión digital se nos planteó a muchos sectores que era la gran oportunidad para equilibrar esto, pero eso implica que el Estado, y ahora los parlamentarios, tomen conciencia que tienen un rol y una obligación que jugar», manifiesta Gumucio.
Y es precisamente eso lo que está en juego en estos momentos en Chile. El rol mesiánico que se le atribuye a la TV digital dependerá casi completamente de las decisiones que se tomen sobre su implementación. Las tecnologías por sí mismas no hacen democracia. Son herramientas neutrales, dependiendo de cómo se utilicen serán los resultados que consigan.
Dilema que, en principio, deberá resolver la Cámara de Diputados, ya que el 24 de octubre de este año el Ejecutivo envió el proyecto de ley que permite la introducción de la televisión digital terrestre.

Cabos sueltos en la ley

Tal como se plantea en su fundamentación, este proyecto de ley «asume como propósito prioritario el que se generen todas las condiciones normativas necesarias para que la digitalización efectiva de nuestras señales televisivas se consiga en el menor tiempo y con la mayor cobertura y calidad posibles, apuntado a que los chilenos y chilenas puedan acceder a las oportunidades de la televisión digital».
En este sentido, las modificaciones más relevantes que introduce tienen que ver con las características que tendrán los nuevos operadores y concesiones, le otorga mayor preponderancia a lo regional y local, establece los plazos para la transmisión analógica y digital paralela, lo que se conoce como simulcastig; duplica los fondos concursables que administra el CNTV, y sienta las bases para el aprovechamiento de este nuevo modelo de negocios.

El tipo de televisión que tendremos dependerá, en gran medida, de a quiénes se les entreguen las concesiones de las nuevas señales, bajo qué requerimientos y condiciones para mantenerlas en el tiempo.
Al anunciar el envío de este proyecto, el ministro de Transportes y Telecomunicaciones, René Cortázar, aseguró que un cuarenta por ciento de las frecuencias estarán reservadas a canales regionales, locales, comunitarios y nacionales que sean considerados como culturales. Con esto, se busca resguardar el acceso a un trozo del espectro radioeléctrico, que es patrimonio de la humanidad, a medios y organizaciones que hasta ahora lo tenían vedado, pero también apunta a satisfacer las demandas de diversidad y pluralidad que tiene la audiencia.

Sin embargo, para instalar y sostener un canal de televisión se necesita dinero, además de capacidad técnica y profesional. Respecto a este punto el proyecto no establece medidas concretas, de apoyo a los nuevos operadores potenciales. Es cierto que se aumenta la cuantía de los fondos concursables del CNTV, pero el financiamiento de la TV continúa entregado al mercado, donde se debe compartir una torta publicitaria que no tiene expectativas de crecer de manera importante.

Desde la perspectiva de Sergio Godoy, los canales pequeños deberán crear nuevas estrategias de sustento, atrayendo a avisadores locales. «Producir contenidos a bajo costo y formar redes de asociatividad para compartir recursos programáticos y modelos de negociación ante los anunciantes», es su propuesta.
Con la aparente intención de asegurar que medios y productores pequeños también puedan acceder al espectro radioeléctrico, la propuesta gubernamental introduce un novedoso y complejo sistema: la creación de concesiones de servicio intermedio para las señales nacionales y regionales. Estas frecuencias actuarán como meros transportadores de contenidos que otros produzcan.

Con esto, el proyecto de ley genera distintos tipos de operadores, aquellos que emitirán producciones propias, los que arrendarán su infraestructura para que otros transmitan, y una tercera categoría que permitirá hacer las dos cosas. Además, separa la regulación entre la autorización para emitir contenidos y la concesión del espectro radioeléctrico, pues será el Ministerio de Transportes y Telecomunicaciones el que tendrá la atribución exclusiva para asignar a los beneficiarios de estos servicios intermedios.
Es precisamente este uno de los puntos que más cabos sueltos deja el proyecto que está en la Cámara. Al funcionar como meros transportadores de contenidos, y dejar en manos de la Subtel la asignación de concesiones, no existe ningún requerimiento de proyecto comunicacional o programático para obtener el dominio que por veinte años se dará sobre estos servicios intermedios, que lo más probable es que queden en manos de grandes empresas de telecomunicaciones.

Aunque la iniciativa legal señala que los concesionarios de servicios intermedios deberán hacer «ofertas públicas y no discriminatorias a cualquier concesionario de radiodifusión televisiva de libre recepción», no establece parámetros para esto. No queda claro quiénes podrán trasmitir sus contenidos en estos transportadores y tampoco pone limitaciones para que operadores nacionales repliquen sus contenidos a través de estas frecuencias, lo que podría copar la oferta programática. Es decir, un operador nacional podría transmitir al mismo tiempo a través de su propia señal y por los servicios intermedios.
Este es uno de los aspectos más relevantes que deberá despejar la discusión parlamentaria de esta iniciativa, pues tiene absoluta relación con el tipo de televisión que queremos para el país. Es precisamente en este caso en que la herramienta tecnológica puede servir para allanar el camino de la comunicación a quienes no tienen la capacidad de llenar por sí solos una parrilla programática completa, pero también existe el riesgo de que esa oportunidad se cierre y deje abierto el tan chileno resquicio legal que permita a los operadores televisivos con mayor poder económico hacer uso exclusivo de ella.

«Esta es una concesión de un bien público que debe estar inscrita en un compromiso de los concesionarios de responder al interés público y es necesario que se explicite de qué manera lo van a hacer. Eso no está en la ley y es un punto central», enfatiza Gumucio.

En esta misma línea, otro de los aspectos fundamentales es la capacidad y las facultades para regular los contenidos y la posibilidad de que un canal pierda la concesión si no cumple con las reglas del juego, lo que en la actualidad es casi imposible, pues el CNTV sólo multa monetariamente a quienes transgreden los límites, pero los montos no significan una preocupación para los grandes canales. Tema que tampoco aborda la normativa que se discutirá en Valparaíso.

Lo que sí establece el proyecto son los plazos para los periodos de digitalización de la señal y para aquellos conocidos como simulcastig y apagón. En la primera etapa, los canales actualmente en operación contarán con cinco años para lograr una cobertura del servicio digital para el 85 por ciento de la población que implica su tipo de concesión. Además, tendrán ocho años para realizar la transición. Durante este tiempo deberán emitir paralelamente los mismos contenidos de forma analógica y digital. Sin embargo, lo nuevos concesionarios sólo emitirán en formato digital, cuestión que significa una enorme ventaja para los operadores hoy vigentes. Esto, porque la enorme mayoría de los televisores actuales no tienen la capacidad técnica para recibir las señales digitales, por lo que será necesario que los usuarios compren convertidores o nuevos aparatos. El recambio tecnológico se debiera hacer en este plazo porque, una vez finalizado, vendrá el apagón y las trasmisiones analógicas pasarán a engrosar un capítulo de la historia de la televisión en Chile.

Se avizora una larga discusión parlamentaria. Nuestros legisladores tendrán que estudiar materias que son complejas y muchas veces contradictorias. Hay intereses potentes y de distinta índole en juego: económicos, políticos, sociales. Al final del día estamos frente a un tema de Poder y como dice el maestro Serrat: «sería fantástico que realmente la ciencia fuese neutral».

RECUADRO
La norma, la vedette

Desde que se comenzó a hablar de televisión digital, la definición de la norma técnica con que se implementará se convirtió en la estrella del proceso, acaparando toda la atención del público y las autoridades.
El gobierno fijó tantos plazos para establecerla que no cumplió, que el tema comenzó a parecerse al cuento de Pedrito y el Lobo, y finalmente, el proyecto de ley se envió a la Cámara sin hacer alusión alguna a la norma.
Pero, la decisión del Ejecutivo pareció ser razonable. Primero es necesario definir el tipo de televisión que queremos y luego ver cuál es el mecanismo que más de adecua a ella. Más aún, los expertos concuerdan que mientras pasa el tiempo más se asemejan las tres normas disponibles hoy en el mercado, alcanzando capacidades similares de alta definición y cantidad de señales, que era lo que antes las diferenciaba.
De todas formas, los tipos de estándares disponibles y sus características actuales también hablan de la idiosincrasia de sus oferentes. Los estadounidenses privilegiaron la alta definición porque ya cuentan con una oferta bastante amplia de canales y un acceso masivo a la televisión por cable que satisface las necesidades de la audiencia, sobre todo a la hora del zapping, por lo que una mejor apariencia de los canales de TV abierta les permitirá competir con los pagados. Los europeos, en cambio, haciendo gala de ser consumidores más sofisticados, sobre todo en cuanto a contenidos, optaron por la cantidad de señales por sobre la nitidez de la imagen. Mientras que los japoneses, como no, ofrecen un estándar que tecnológicamente supera a los otros dos. Mención aparte merece Brasil, que en esta decisión buscó abrir oportunidades a su industria local y eligió la única norma que les permitió a los ingenieros brasileños «abrir la caja negra» e intervenir en el desarrollo tecnológico del estándar. Esta fue la nipona, pero en Brasil, obviamente, se las arreglaron para adaptarla a su propio ritmo.