Un periodista no hace cualquier cosa

Compartimos columna de Lyuba Yez para El Dínamo sobre los programas de farándula y el periodismo.

felipe brwun

“¿Para esto estudiaste periodismo?”, le pregunta Felipe Braun a la joven que minutos antes lo abordó con un micrófono en la mano y acompañada de un camarógrafo. Braun, sorprendido, retrocedió unos pasos y pidió que, por favor, bajaran la luz de la cámara, porque lo enceguecía. ¿El motivo de esta situación? Un equipo del programa Primer Plano quería recoger alguna reacción a propósito de las declaraciones que la actriz Begoña Basauri realizó en otro programa sobre una situación privada que, en rigor, siempre debió involucrarla a ella, a Braun y a su esposa de entonces. Porque por interesante que nos parezca, o por sedientos que estemos de tener de qué hablar en el café del pasillo, lo cierto es que la vida privada de Felipe Braun no debería ser tema para los medios.

No pretendo referirme al supuesto “escándalo” ocurrido hace unos años en una casa en Tunquén. No tengo nada que opinar al respecto y no se justifica plantearlo como una noticia, de ninguna manera. Aquí lo único rescatable –y cuestionable- es que un grupo de personas que trabajan para un programa farandulero, crean que tienen derecho a obligar a una persona a hablar de un asunto. No es así. No existe ninguna justificación para hacerlo.

Ante la pregunta del actor, la periodista responde: “Los periodistas hacemos de todo”. A esa respuesta, habría que agregar lo no dicho: “Incluso farándula”. Lo que ella probablemente no sabe es que la farándula no es periodismo, y esto se explica por varias razones. La más importante, sin duda, es que la farándula es un negocio y el periodismo no. La farándula considera a dos o más partes que acuerdan una entrevista, una declaración o la revelación de algún “escándalo” porque a todos les conviene: al programa para obtener rating y a las personas involucradas por la visibilidad que tendrán, por la plata que recibirán – en varios casos se les paga por aparecer y hablar- o porque sólo el hecho de aparecer en la televisión les otorga esa peligrosa y adictiva sensación de poder llamado fama, algo que, como sabemos, puede durar menos que un amor de verano.

Lo que esta periodista no sabe tampoco es que el trabajo periodístico tiene un fin bastante más noble y relevante para las personas. Por lo mismo, las anécdotas de cama, las infidelidades de las figuras de la televisión y sus corazones abiertos no son noticia. La situación de Braun, de hecho, no lo fue en su minuto y bastó que alguien filtrara lo que ocurrió esa noche en Tunquén para que despertara la sed por ver sufrir al otro y restregarle en la cara una y otra vez su dolor, su culpa o su vergüenza. Las revistas y programas de farándula vibraron y es parte de su negocio, pero tomemos distancia: eso no les permite creer que hacen periodismo o peor aún, que pueden dar lecciones de moral.

Las imágenes de Braun tratando de dialogar con la periodista después de quitarle el micrófono (“imágenes sin editar”, decían con urgencia en el estudio, como si se tratara de revelar un crimen), me hicieron recordar a algunos sospechosos de delito caminando por la calle y seguidos por periodistas policiales que se esfuerzan por obtener alguna declaración. Claro que aquí la situación es distinta: Braun no ha cometido ningún delito, y su tan “cuestionada” falta, es sólo suya. Cuando él escribe después en Twitter: “Tengo derecho a no hablar” tiene toda la razón. Pero también me permitiría precisar algo más: nadie tiene derecho a exigirle que hable, pues tampoco hay un derecho que dirija esa acción. En este caso, el derecho a la información de las personas no corre.

La periodista de Primer Plano estaba muy ofendida porque Braun, harto del acoso, tomó su micrófono y lo lanzó al patio de una casa. El programa la apoyó y ayer dio detalles innecesarios de lo ocurrido aquella noche en la propiedad privada del actor y su esposa de entonces. Lo llamaron “cobarde”. Reflotaron un evento doloroso para él y las actrices involucradas, y piensan que eso es periodismo de farándula. Aclaremos: eso, de periodismo no tiene nada más que las formas y el lenguaje (cuña, periodista, micrófono, cámara, noticia). El negocio de la farándula no una “salida laboral” para los periodistas. Sencillamente, no es periodismo. Por lo tanto, está mal pensar que los periodistas hacemos cualquier cosa, porque cuando efectivamente lo hacemos ocurre algo grave y sin vuelta atrás: pasamos una barrera sagrada que separa la información de la entretención, y nos jugamos la credibilidad.

A ninguno de nosotros nos importa lo que pasó con Braun hace unos años. Puede que nos interese, pero no más que eso.  Lo que importa aquí es que ningún programa puede pensar que una persona está obligada a hablar de algo porque sí, que puede ser perseguido y juzgado por su silencio, sólo por ser un actor conocido, como si su privacidad no existiera y peor, como si lo que hace dentro de sus cuatro paredes debamos saberlo todos.

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